¡Terror!
Por: Gustavo Páez Escobar
Desde Armenia, hoy 15 de abril, acaba de llamarme Ernesto Acero Cadena a averiguar por mi suerte, y desde luego la de mi familia, tras el estallido de los cien kilos de dinamita que estremecieron este sector del norte de Bogotá, sembrando ruinas y mortandad. Agradezco, ante todo, la preocupación del amigo que así se hace presente ante la eventualidad de una desgracia que a todos nos puede alcanzar en esta hora de salvajismo que azota a Colombia.
A pocos días de establecer mi nueva residencia en el barrio Chicó, a pocas cuadras del lugar donde estalló el carrobomba, la capital retumba otra vez con llamaradas destructoras. A mi cuarto de estudio, situado al frente de hermosa avenida, llegó el eco de la explosión (que en el momento de escribir esta nota ha segado la vida de diez víctimas inocentes) y me perturbó toda la tarde que iba a dedicar a mis lecturas y mis escritos.
La voz de Juan Gossaín, serena y perpleja, narra la proporción de la tragedia con datos escalofriantes que mueven al terror. En los alrededores no cesa el ruido estremecedor de las sirenas y las ambulancias, mientras la radio da cuenta de las muertes que aumentan a medida que corren los minutos, y de los enormes destrozos causados en residencia y comercios.
¿Será posible mayor sadismo? ¿Hasta cuándo continuará esta arremetida salvaje sacrificando la vida de los inocentes? Ya no cabe más ferocidad en el alma de los asesinos. Las autoridades, entre tanto, se muestran impotentes para frenar tanta sevicia y tanto atropello. Pero hay que seguir viviendo, con coraje, frente a la amenaza de cada día.
Tenemos que saborear otra Colombia, que no sea esta patria amarga que hoy nos ofrecen los malhechores. La solidaridad ciudadana, que crece sobre la muerte de los justos, podrá más que la incapacidad de políticos y gobernantes. No podemos matar la esperanza.
La Crónica del Quindío, Bogotá, 24-IV-1993.