La muerte de un árbol
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El pino frondoso situado en la zona verde de una transitada avenida de la capital, al frente de mi cuarto de estudio, se desplomó de súbito, en la soledad del comienzo del año, como gigante herido en mitad del corazón. Allí estuvo sembrado no sé cuánto tiempo. Los árboles, como las mujeres indescifrables, no se dejan conocer los años. Por lo general alcanzan longevidades imposibles para el hombre, que envidian las mujeres por tratarse de años ocultos y, por lo tanto, fascinantes.
Los árboles se vuelven inmateriales por poseer alma etérea. Miran hacia el cielo. Se nutren de aire y tierra y se solazan en las alturas. Siendo más fuertes que el ser humano, entierran a varias generaciones nuestras. Son espíritus alados de la naturaleza que nos acompañan con nobleza, nos vivifican y de pronto desaparecen. En ellos sólo solemos reparar cuando caen a tierra, con estrépito y dolor, como este pino vigoroso que acaba de morir en plena lozanía por falta de cuidados oportunos.
Cuando comenzó a doblarse, dominado por su peso colosal, se iniciaba el lento proceso de su extinción, en medio de la urbe alborotada y frenética que carece de vocación ecológica. ¿Habrá alguna entidad distrital que entre tanto aparato burocrático se encargue, en forma efectiva, de cuidar los árboles?
Los parques y las zonas verdes sufren en Bogotá vergonzoso deterioro. Muchos de estos sitios están convertidos en basureros públicos y en antros del pillaje y la droga. Allí los árboles languidecen entre desamparos y malos tratos, no se presta mantenimiento a las vías peatonales, se descuida el alumbrado, se deja crecer la maleza y avanzar el desaseo. La ecología, por la que tanto se preocupan las naciones avanzadas del mundo, y que en nuestro medio ha tenido com gran abanderado al doctor Misael Pastrana Borrero, debe mirarse como una de las fuentes de la vida.
Nuestra capital, acosada por innúmeros problemas sociales, económicos y urbanísticos, suma a sus adversidades el veneno de la atmósfera contaminada por los gases letales. Los árboles son los pulmones con que respiran las ciudades. Fuera de ornamentales (y esta es razón de peso para cultivarlos, protegerlos y quererlos), nos transmiten vida y encanto.
Nos dan cobijo y nos enseñan a ser rectos. Rectos como el roble. Pero nosotros los jorobamos al no cortarles a tiempo la rama que a la postre, de tanto crecer, terminará abatiéndolos.
La ciudad, vacía de los afanes cotidianos en el comienzo del año, no frenó su tránsito endiablado cuando el pino gigante, que en días corrientes hubiera producido desastres, se inclinó con pesadez, con miedo a la caída –como rezando una oración– y luego invadió con todo su vigor y toda su corpulencia la arteria desierta. Crujió al quebrarse el alma contra el pavimento y allí quedó quieto durante varias horas, mudo en su agonía. Después llegaron unos empleados armados de hachas, cadenas y sierras eléctricas e iniciaron la operación trituradora.
Un árbol menos no se notará, pensarán los funcionarios arboricidas. Así se sacrifican en silencio, ante los ojos del escritor –desde hoy huérfano de su hercúleo compañero de la esquina– las defensas ecológicas de la ciudad monstruo. Toda la semana la calle estuvo oliendo a delicioso pino silvestre.
Por unos días cambió en mi pequeño territorio el olor de la gasolina por la fragancia del monte. Con las entrañas de los árboles también es posible fabricar, con este réquiem por la naturaleza muerta, fugaces ilusiones.
El Espectador, Bogotá, 15-I-1993.
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Misiva:
He leído su artículo de hoy sobre la muerte de un árbol. Comparto plenamente sentimientos y opiniones sobre los árboles y la importancia que para una ciudad como Bogotá tienen, pues contribuyen a hacer más llevadera la vida de tan contaminada urbe.
Conjuntamente con la Administración Distrital, la CAR ha venido adelantando un programa que hemos denominado BOGOTÁ REVERDECERÁ, cuya meta es plantar cien mil árboles, el cual está en pleno desarrollo. Igualmente, por iniciativa del Alcalde Mayor, está en proceso la constitución de una corporación privada para la protección de los cerros que tendrá, como una de las finalidades principales, la protección de los bosques y la revegetalización de las áreas depredadas. Vale la pena mencionar que el déficit hídrico de la región, el cual está en proceso de agravarse, tiene como una de sus principales causas la deforestación de los cerros y páramos que circundan la Sabana de Bogotá.
Al manifestarle nuestro pesar por la muerte de su querido árbol, le ofrecemos reemplazarlo, para lo cual le rogamos informarnos el sitio donde usted desea plantarlo. CAR – Eduardo Villate Bonilla, Director Ejecutivo, Bogotá, 15-I-1993.