Una flor para Mariela
Por: Gustavo Páez Escobar
De Armenia me llamó una amiga a contarme la muerte de Mariela Gutiérrez Sanz. Noticia brusca, y desde luego dolorosa. Desde mi venida del Quindío, que va para diez años, había perdido de vista a Mariela. La suponía gozando del reposo gratificador después de su larga y meritoria vida de trabajo. Cuando en 1969 llegué a la capital del Quindío como gerente del Banco Popular, ella fue mi secretarla.
Ocupaba esa posición desde varios años atrás. Secretaria de lujo, a quien la ciudadanía admiraba por su simpatía, su don de gentes, su corrección a toda prueba y su maravilloso espíritu de servicio. Era un nervio de la oficina. En ella se conjugaban múltiples virtudes para hacer de su presencia en la entidad bancaria motivo de orgullo para esta empresa con vocación social.
Ágil, discreta, refinada y eficiente, tales las normas básicas con que Mariela, cual abejita laboriosa, atendía el tráfago febril de los clientes de banco. Sabía dispensarse al público con amabilidad, con donaire, con una sonrisa en los labios. Sus sutiles encantos femeninos no le disminuían el olfato para distinguir la diversidad de gentes que transitaban por la atmósfera calenturienta del dinero.
Se conocía al dedillo, de tanto trajinar en los altibajos del capital, las intimidades económicas de la clientela. Era, más que la secretaria ejecutiva, la asesora y la confidente. No se entrometía en la vida de los negocios, pero una simple alusión o una mirada maliciosa eran suficientes para sembrar motivos de preocupación. Sus juicios fueron siempre certeros.
Era la secretaria perfecta: inteligente y reservada. Su temperamento nervioso le hacía, en ocasiones, extremar su fino sentido del deber y la responsabilidad. La dignidad de su vida fue su mayor presea. La ciudadanía admiraba su pundonor y exquisita feminidad. Cuando se retiró del banco, llamada por superiores destinos, dejó hondo vacío. Pero su amistad nunca nos abandonó.
Hoy el recuerdo se conmueve con la noticia de su muerte prematura. Mi familia y yo deploramos su partida. Y depositamos en su tumba una flor de cariño y recordación.
La Crónica del Quindío, Armenia, 7-XII-1992.