Invasión de indigentes
Por: Gustavo Páez Escobar
En días pasados, 300 personas menesterosas se tomaron en Armenia el templo de San Francisco, acción que se prolongó hasta altas horas de la noche, cuando tuvo que intervenir la policía para hacer el desalojo. En el operativo fueron retenidos 39 indigentes, 9 de ellos con antecedentes penales.
El motivo que expusieron los organizadores de esta acción cívica, como hay que llamarla, es el incumplimiento de promesas electorales a esta población que espera, como todo núcleo social, que se solucionen sus necesidades.
Estos seres desamparados que deambulan por las calles capitalinas como elementos desechables (término cruel que les ha dado la sociedad de consumo), claman justicia, con su miseria a cuestas, y nadie los escucha.
A esta noticia se le dio en la prensa quindiana más el carácter de policiva, con grandes titulares en primera página y fotos sensacionalistas, que lo que es en realidad: un drama social llamado a despertar la conciencia de gobernantes y políticos para que se alivie el hambre de esa masa flotante que carece de condiciones mínimas para vivir como seres humanos.
Hay que decirlo con claridad: la sociedad arrogante de los centros urbanos, que vive entre clubes y lujos, menosprecia a estos parias que los mismos ricos se encargan de crear por la indolencia de sus capitales. La riqueza mal repartida es la causante de tanta miseria. Por eso, los indigentes de Armenia invadieron el templo y pusieron su dedo acusador en la sensibilidad ciudadana.
Este capítulo debe mirarse con la seriedad que tiene. No se trata de llevar a los patios de la policía a unos vendedores de basuco para mostrarlos como reos abominables. El mal tiene otras raíces. Es el propio mundo capitalista en que vivimos el que hace resentidos sociales.
Es la falta de solidaridad la que fomenta estos estados de morbilidad callejera. Las autoridades deben saber interpretar el mensaje para que la capital quindiana sea una capital humana.
La Crónica del Quindío, Armenia, 24-VIII-1992.