Instituto Caro y Cuervo
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Hace 50 años –el 25 de agosto– el presidente Alfonso López Pumarejo sancionó la Ley 5ª de 1942, por la cual la nación se asoció a la celebración del centenario de Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo. Era ministro de Educación Germán Arciniegas. Por esa ley se creó el Instituto Caro y Cuervo en honor de estos dos grandes humanistas, nacidos ambos en Bogotá con un año de diferencia (Caro en 1843 y Cuervo en 1844). Como dato curioso, sus edades, al morir, también se llevaron un año de diferencia (Caro murió de 65 años y 8 meses, y Cuervo de 66 años y 8 meses).
Sus vidas fueron paralelas no sólo en el ciclo cronológico sino sobre todo en sus realizaciones como eruditos de la lengua. Cuervo está considerado el más grande de los lingüistas españoles del siglo XIX. Caro es uno de nuestros clásicos más destacados. El instituto que se honra al llevar sus nombres resulta el reflejo de los viejos tiempos dedicados al estudio, la investigación y el trabajo creativo, tan distintos de los actuales que nadan entre la molicie y la frivolidad.
Jorge Eliécer Gaitán, un hombre superior de este siglo, siendo ministro de Educación en 1940 fundó el Ateneo Nacional de Altos Estudios, cuya finalidad era dedicarse “únicamente al cultivo de la ciencia pura, a la investigación de la verdad por sí misma y al estudio de los grandes temas de la naturaleza y del pensamiento humano». Otro de sus propósitos fue el de culminar la redacción del Diccionario de Construcción y Régimen de la Lengua Castellana, obra que quedó trunca a la muerte de Cuervo, y en la que se sigue trabajando en forma intensa.
El Ateneo, del que dependió en principio el Instituto Caro y Cuervo, fue la primera semilla de la magna obra que cumple hoy, para orgullo de Colombia, diez lustros de vida admirable.
No en vano corre sangre pura por las venas de esta institución. Como defensora y difusora de la lengua y la cultura, ningún organismo nacional la supera. Es un semillero que inyecta ciencia a filólogos, literatos, antropólogos e historiadores, incluso de otros países. En su amplia gama de publicaciones se recoge, con altura ejemplar, el testimonio de un país enriquecedor de las letras. Son sobresalientes sus revistas Thesaurus y Noticias Culturales y la serie bibliográfica La Granada Entreabierta.
El hecho de que en 50 años de existencia el instituto sólo haya tenido cuatro directores, denota un triunfo contra los vicios burocráticos. Los personeros de la entidad, pertenecientes a las más altas esferas académicas, científicas y docentes, y dotados además de eximias virtudes personales, por sí solos pregonan excelencia: Félix Restrepo, José Manuel Rivas Sacconi, Rafael Torres Quintero, Ignacio Chaves Cuevas. A ellos se suma el nombre también ilustre de Fernando Antonio Martínez, que estuvo encargado de la dirección por espacio de varios años. Preciso es destacar, además, el concurso de distinguidos colaboradores que han contribuido y contribuyen desde diferentes posiciones al engrandecimiento institucional. Estos 50 años representan un júbilo para Colombia y las letras castellanas.
Con esta afirmación de patria y cultura, bueno es traer a colación las palabras pronunciadas hace cinco años por el director actual, Ignacio Chaves Cuevas, con ocasión del ingreso de varios socios honorarios:
«Y es que resulta en verdad alentador y vivificante –para una institución como la nuestra– el encontrar en medio de una sociedad desmemoriada y mezquina, personas que todavía se preocupan, sienten y viven la cultura y apoyan con su talento y su trabajo la labor de las contadas instituciones que en el país luchan por la construcción y el progreso de la ciencia”.
El Espectador, Bogotá, 30-VIII-1992.