Gloria a un colombiano
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La principal actividad de Álvaro Orduz León es la publicidad. Es pionero de ese campo en Colombia. Sus contemporáneos recuerdan cuando estableció la primera agencia en Bogotá, por la misma época en que Germán Pardo García también incursionaba en el arte publicitario. Orduz León siguió de publicista toda la vida, hasta consolidar la fama de que hoy goza tanto en el ámbito nacional como en el internacional.
Pocos saben que Álvaro es también poeta. Poeta y escritor, ya que es autor de un libro publicado y de frecuentes comentarios periodísticos. Es una mente versátil y arrolladora –un poco a lo quijote– que se ha prodigado lo mismo a su oficio de publicista que a su pasión literaria. Quizá la rama económica opacó un poco su fibra espiritual.
Con este preámbulo quiero destacar el hecho de que Álvaro ha sido enaltecido en Méjico como autor de un soneto maravilloso a don Quijote, a quien tanto le debe. Ahora ambos se deben mutuamente, ya que el poema del colombiano quedará grabado en el pedestal de un grandioso monumento que el Instituto Mejicano de la Nutrición (una de las entidades de mayor relieve científico en el país azteca) levanta en su plaza cívica como homenaje al inmortal caballero de la lánguida figura.
El soneto, escrito en 1984, lo publicó Álvaro alguna vez en la prensa mejicana. Una tijera acuciosa lo recortó y años después lo incluyó en una antología en honor de don Quijote, donde figuran 147 poemas de autores tan renombrados como Unamuno, León Felipe, Rubén Darío, Octavio Paz, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Óscar Echeverri Mejía, Guillermo Valencia, Antonio Machado, José María Pemán, Jorge Luis Borges, Álvaro Mutis.
Al escogerse de esa selección el mejor poema para fundirlo en bronce, la gloria se la ganó el colombiano. Es un gran tanto para él como para nuestra patria. Un académico notable, que conoce la vena poética de Álvaro Orduz León, dice que pertenece a la «poesía secreta».
Ahora al poeta clandestino se le coloca en Méjico la corona de laurel, y en Colombia lo acompañamos con vítores patrióticos. Nada tiene que envidiarle su composición a los mejores sonetos clásicos de la lengua. Aquí se transcribe, para que sea el lector quien juzgue:
La cruz y la rosa
¡Oh señor don Quijote, taumaturgo andariego
que tejiendo milagros con los sueños que hilvanas,
conviertes en palacios las fondas aldeanas
y en príncipe engolado al rustico labriego!
No das pausa a tu mente, ni a tu brazo sosiego.
En desfacer entuertos te entregas y te afanas.
Eres el héroe noble que todas las mañanas
escribes una página de tu valor manchego.
Regresa, don Alonso, otra vez a esta tierra
hundida en el delito, los odios, el dinero;
y de nuevo vestido de andante caballero
suelta palomas blancas donde truene la guerra
y muéstranos, erguido, en señal de esperanza
una cruz en el pecho y una rosa en tu lanza.
El Espectador, Bogotá, 25-VI-1992