Los toros matan
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Si un torero mata a un toro, no hay noticia. Esto, por ser de común ocurrencia, ya no constituye novedad. Así nos hemos acostumbrado al cruento sacrificio de las reses de lidia. En cambio, si es el animal el que mata al hombre, esa sí es noticia. Es lo que ha sucedido en el caso del banderillero español Manolo Montoliú, muerto en España en días pasados. El hecho le dio la vuelta al planeta y produjo conmoción en el mundo taurino. Esta vez el toro pasó a la condición de asesino y sobre él cayeron los mayores denuestos.
Cuando en Colombia un toro terminó con la carrera de Pepe Cáceres, explotó un arrebato de ira taurina en el mundo entero. El personaje era demasiado grande, y el toro no podía ser sino un monstruo. Eso mismo ha ocurrido, y ocurrirá siempre, con los ídolos de las multitudes. Me refiero aquí a los toreros, claro está, ya que los infelices toros, por más casta y señorío que posean, no pasarán de ser las eternas víctimas del escarnio en los ruedos de la barbarie.
Los taurófilos, legión universal que vive enardecida con la sangre, no pueden perdonar que sea el toro el que se vengue de su verdugo. En esta orgía salvaje están permitidos todos los suplicios que quieran infligirse al pobre bruto, y mientras más violencia y más dolor produzcan, mayores emociones despiertan en el público. En ningún otro espectáculo existe tanta crueldad humana, tanta bajeza del instinto. Es allí donde el hombre, que se supone dotado de sensibilidad, demuestra todo lo contrario: complacencia con la tortura.
Decir que en las lidias el hombre se animaliza, no es suficiente. Los animales tienen mejor comportamiento que el ser humano y expresan hermosos sentimientos de ternura, de cariño y lealtad. Los animales observan reglas sociales que la humanidad no sabe practicar. La fiera, fiera de verdad, es escasa. ¿Podrá decirse lo mismo de los hombres? ¿No son más fieras los toreros y sus públicos fanáticos, con su pasión sanguinaria, que el animal indefenso que martirizan para saciar apetitos morbosos? El peor canibalismo moderno es el que se vive en las plazas de toros.
El toro gigante de la corrida de Sevilla, que pesaba cerca de 600 kilos, estaba escogido para hacer la fiesta –con base en su lenta y horrenda agonía– de miles de espectadores ávidos de sangre. Manolo Montoliú, diestro en la faena, nunca calculó que aquel animal de los infiernos fuera capaz de clavarle los cuernos terribles en el pecho amaestrado para la gloria. Dice la noticia que primero le corneó el cuello y la cara y luego lo enganchó con el pitón derecho hasta causarle destrozos incalculables. La cornada final le perforó el corazón y le desangró las venas.
Así concluyó este drama monumental –en plaza monumental– donde la victima cobró esta vez el crimen impune que comete la sociedad contra el pobre toro, que carece de dolientes en todo el mundo.
El Espectador, Bogotá, 13-VIII-1992