El imperio de las mujeres
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
En el Quindío entran a mandar las mujeres. Allí resolvieron cambiar los bigotes por las faldas, y el látigo por el colorete. (El látigo –herencia de los tiempos de la arriería– es símbolo del trabajo y también de la dureza. El colorete, que se inventó para enamorar y dulcificar la vida, se convierte ahora en atributo del poder). En el departamento las mujeres impusieron su predominio al obtener siete de las doce alcaldías que conforman la región. Con esta ventaja del 58% han destronado al hombre en un departamento machista por tradición. Parece que es la derrota más estruendosa que han tenido los quindianos.
Este resultado es aún más significativo (e incluso escalofriante): la victoria femenina llega en realidad al 70%, si se tiene en cuenta el número de habitantes que ellas van a gobernar. De esta manera, los hombres quedaron reducidos a una apabullante minoría. La sola alcaldesa de Armenia conquista el 40% de la población general. Dicen que Alba Stella Buitrago se ganó el puesto construyendo vivienda popular, mientras los hombres andaban por los clubes chismoseando y perdiendo el tiempo.
Como tres de las alcaldesas son solteras y una viuda, se logra cierta igualdad, de puertas para adentro; no completa, ya que el que manda, manda. La menor del grupo tiene 23 años y la mayor, 50. El promedio de edad es de 38 años, lo que supone una buena dosis de madurez. Bajo este aspecto, pueden dormir tranquilos los varones –sobre todo si se trata de los esposos–, ya que a los 38 años ya no se es reina de belleza. Sin embargo, a cualquier edad se puede ser veleidoso, y ojalá esto no ocurra aquí, ya que el Quindío necesita seriedad y firmeza administrativa.
Todas tienen en común el ser líderes del progreso regional, entusiastas, sencillas, descomplicadas. No las asusta el mando, y van a demostrar que ellas también pueden. Martha Lucía Bedoya, la más joven, entra a dirigir el municipio más viejo: Salento. Isabel Pava, la de Montenegro (la tierra del cacique Ancízar López), dice que tuvo que luchar «como una leona contra la maquinaria política». Rubiela Nichols, la de Buenavista, es líder del pueble hace 20 años. Gloria Helena Giraldo había perdido en 1990 la alcaldía de Finlandia por sólo 23 votos. Como en juego largo hay desquite, insistió y ganó.
El matriarcado fijará una nueva moda en las costumbres regionales. Al quedar abolidos los alcaldes barrigones y aguardentosos, ya no habrá disculpa para tantas ausencias del despacho y tanto sancocho de gallina por los campos. Ellas llevarán en adelante los pantalones, muy bien puestos. Como se trata de demostrar igualdad de los sexos, algunas añorarán el bigote masculino (y nunca el femenino) como emblema de fuerza.
En fin, en el Quindío se han trastocado los papeles. Falta ver si a la larga también cambian las costumbres políticas en esta tierra progresista que necesita un toque femenino contra los vicios y las corruptelas. A estas damas luchadoras hay que desearles buena suerte y buenos resultados.
El Espectador, Bogotá, 6-VI-1992.