El designado ideal
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Otto Morales Benítez ha debido ser presidente de Colombia hace muchos años. Pienso que su propio partido, al que ha servido con dedicación, desvelo y brillo ejemplares, no le ha correspondido con largueza lo que él le ha entregado en lealtad y eficiencia. Luchador de las ideas liberales, ha estado siempre comprometido –desde los cargos de representación popular, los ministerios y demás gestiones que ha desempeñado– con la suerte de su colectividad y el progreso de la patria.
Algunos de sus copartidarios, movidos por afanes menores, no enrienden ni entenderán el sentido de este intelectual e ideólogo que concibe al Estado como el supremo generador del bienestar social y la moral pública, y que combate, por consiguiente, la corrupción y los vicios políticos como pecados nefandos de la democracia.
Desde hace 15 años se menciona el nombre del político y escritor caldense para presidente de Colombia. Desde Manizales, en artículo de La Patria aparecido en octubre de 1976, Adel López Gómez propuso esta candidatura como un anhelo racional. Cuatro años más tarde, en noviembre de 1980, el diario manizaleño –de clara estirpe conservadora– proclamó el nombre de su coterráneo como una esperanza sentida en el país. Otros diarios han mirado con simpatía esta posibilidad que por épocas ha vuelto a contemplarse.
El Espectador tomó causa, en el mismo año 80, con la bandera moral que representaba, como lo representa hoy, la presencia del colombiano ilustre en el debate de los temas nacionales. Desde Pereira arrancó un movimiento dirigido por prestantes intelectuales (como Carlos Lleras Restrepo y Pedro Gómez Valderrama), líderes cívicos y políticos de todas las regiones, escritores, periodistas y ciudadanos comunes, todos comprometidos con una campaña digna.
Quienes seguíamos con entusiasmo aquella perspectiva, que cada vez ganaba mayor fuerza popular, lamentamos después que el propio candidato retirara su nombre como consecuencia de los apetitos e intrigas con que los conocidos saboteadores de las causas grandes volvían tortuoso el proceso democrático. Cuando en aquel momento se trataba de purificar de impurezas el ambiente político, los tramoyistas de siempre fraguaban oscuras maniobras para impedir el triunfo de este hombre recto. Pasados los años, considero hoy que si Otto Morales Benítez se hubiera mantenido en la lucha, a la postre habría resultado triunfante. La victoria es obra de la resistencia.
El mismo deplorable episodio se ha repetido varias veces en años posteriores. El caso es irónico, por no decir que penoso: mientras Morales Benítez es admirado en diversos países –donde se le conoce y reconoce como notable escritor y estadista–, en su propia patria y desde su propio partido se le cierra el paso. Así se frustra una esperanza nacional. La misma historia ocurrió en 1946 con otra brillante figura liberal, que hubiera sido uno de los grandes presidentes de Colombia: Gabriel Turbay.
Pocos colombianos poseen tanto conocimiento del país como Otto Morales Benítez. Es una reserva desaprovechada que buena falta le hace a Colombia, por su formación intelectual, su ética, su experiencia en el manejo de los asuntos públicos, su equilibrio y probada capacidad de estadista. El país necesita gente madura. Es preciso buscar hombres de calidad, verdaderos veteranos que nos ayuden a salir de la encrucijada.
El Espectador, Bogotá, 28-V-1992.