Las caídas del Presidente
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La hora no sólo se le adelantó a Colombia: también al presidente Gaviria, cuya luna de miel ya concluyó. De aquí en adelante tendrá que cargar el sol a la espalda, sin manera de opacarlo, ya que la luz eléctrica puede racionarse, e incluso apagarse –como él mismo lo hizo con este país resignado–, pero el astro rey permanecerá inmutable. Y esto no es poca cosa cuando faltan más de dos años para finalizar el mandato.
El Presidente, cuando se encontraba en pleno apogeo de su prestigio, y el país entero lo aplaudía de pie en las plazas de toros y en los estadios de música –o sea, cuando viajaba en el punto privilegiado de la órbita astral–, expresó varias veces esta frase optimista que a muchos sonó pretenciosa: «La popularidad es para gastarla». De tanto jugar con su popularidad, la dejó perder. Lo normal es que la fama de un Presidente comience a disminuir en la segunda etapa de su periodo, y no cuando falta, como en este caso, mucho camino por recorrer.
Una caricatura de Osuna pone al Presidente encaramado en el reloj de la historia y pedaleando contra la corriente nacional. El reloj, ya lo vimos, se puede adelantar una hora y nada pasa. Ni siquiera habrá una economía significativa de electricidad. No sucede lo mismo con adelantar la paciencia de los colombianos. Día a día, es decir, apagón tras apagón y desacierto tras desacierto, también disminuye el límite de resistencia del país. Si hubiera manera de medir la paciencia de la gente, como se hace con los embalses, se vería que la tolerancia ciudadana ya tocó fondo.
Son diversas las causas que han contribuido a esta baja en la popularidad del Presidente: violencia encarnizada en campos y ciudades, flagrante corrupción de la clase política y del sector oficial, crisis energética, creciente alza de la vida, agudos conflictos laborales que atentan contra la economía nacional y la seguridad social, falta de producción industrial y agrícola, voracidad tributaria, empobrecimiento del pueblo… El país no puede progresar si subsisten estos focos que desestabilizan –cada vez con mayor rigor, como viene ocurriendo– la tranquilidad pública.
A todos nos preocupa y nos duele que Gaviria no sea el mismo de antes. En él está encarnada la esperanza de Colombia. Preciso es recordar que pocos gobernantes han llegado al poder rodeados de tanto respaldo popular, de tanta confianza y expectativa. Se dijo en principio que la buena estrella favorecía al Presidente y sucedieron, en efecto, hechos positivos derivados de la gestión gubernamental.
Después, poco a poco, muchas esperanzas se frustraron. Hasta marzo de este año no había concluido la luna de miel. Hoy ya cesaron los aplausos que aturden. ¿Qué pensarán de esto los asesores de la imagen presidencial?
Se insiste, con todo, en una traumática reforma tributaria y en privatizaciones discutibles que erosionan la estabilidad del Gobierno. Los desgastes causados por las imprevisiones y las improvisaciones –tanto de ministros como de los jóvenes asesores de Palacio– deberían sopesarse, ahora con mayor hondura, para buscar otro ritmo en los días por venir. Todavía es posible, y ojalá así suceda, ganar puntos en el reto del futuro.
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Vimos al Presidente vacilante en su reciente discurso por televisión. La improvisación no lo favoreció. Echarle la culpa al verano para justificar la oscuridad del país (cuando el Gobierno no revisó la versión del exceso eléctrico, y el ISA permaneció un año sin gerente), no convenció a nadie. Desde luego que hay que confiar en la ayuda de Dios y de la naturaleza. Pero Dios también dijo: «Ayúdate, que yo te ayudaré».
El Espectador, Bogotá, 8-V-1992.