Clima moral
Por: Gustavo Páez Escobar
Después del episodio ejemplarizante sucedido en Bogotá alrededor de los auxilios oficiales, se siente un alivio en todo el país.
Era necesario que un juez aplicara en todo su rigor el espíritu de la ley para que los funcionarios públicos, tan livianos en los principios éticos, recibieran la mejor lección de moral que hace muchos años no se ejercía en Colombia. Hay un refrán muy apropiado: «Cuando la barba de tu vecino vieres pelar, echa la tuya a remojar».
La ética, al igual que la risa o el llanto, es contagiosa. En virtud de esta tácita advertencia a los empleados tramposos, la administración pública parece depurada de corrupciones y triquiñuelas. Todos temen hoy terminar en las redes de la justicia y hacen soterrados propósitos para acomodar su conducta a las reglas de la pulcritud. Desde que las costumbres han caído en los peores abismos de la degradación, Colombia viene al garete.
A la falta de moral de los colombianos hay que atribuir todos los males que padecemos. El afán de riqueza es el común denominador que mueve al individuo contemporáneo, afanoso de hallar oportunidades de lucro rápido y a como dé lugar en cuanta posición o negocio se presente.
Quien se aparta de esta norma es menospreciado por considerársele falto de espíritu para escamotear los bienes del Estado o de la empresa privada. Los impuestos se ahogan en las aguas turbias de la inmoralidad.
En la capital del país se malgastan 1.680 millones de pesos, que en su mayoría van a dar a las campañas electorales de los concejales, o sea, a su bolsillo particular. Mientras el pueblo suda el pan de cada día, los concejales de Bogotá se reparten, intimidando al alcalde, un enorme tesoro que hubiera solucionado numerosas necesidades de la comunidad.
El hurto permanente de la hacienda pública se ejecuta por los más variados sistemas: sobrecosto de contratos, compras irreales, erogaciones ficticias, comisiones ocultas, servicios inexistentes, testaferros profesionales… Y todo queda impune.
Hasta que un juez valeroso hace un alto en el camino. Y todos tiemblan ante este catón insospechado que crea –y ojalá se prolongue– el clima de moral pública que necesita Colombia.
La Crónica del Quindío, Armenia, 13-IV-1992.