¡Pobre Rebeca!
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El 26 de octubre de 1928 fue instalada La Rebeca en Bogotá, obra del escultor quindiano Roberto Henao Buriticá. De paso por París, el doctor Laureano Gómez había visitado el taller del artista y allí descubrió la famosa escultura, aún sin terminar, ante cuya belleza extraordinaria quedó deslumbrado. La compró como obsequio a Bogotá en su cuarto centenario.
Desde entonces –y han transcurrido 63 años– La Rebeca se quedó como un símbolo amable de Bogotá. Es una referencia que recogen las postales para ponerle embrujo femenino a la ciudad. La estatua reposa hoy en el sector de San Diego. Varias veces, para protegerla, se ha pensado trasladarla a otro lugar. Mientras tanto, la novia de los bogotanos –que así se le llamó en otra época, y que ya no merece serlo– vive en el abandono y sometida al atropello callejero.
No han existido ni autoridades ni organismos cívicos que se acuerden de la pobre huérfana. Hace varios años vi que le habían puesto corbata y bigote. Más tarde le trazaron rayas y la desfiguraron. Con estas manifestaciones se retrata el vandalismo de la plebe. En abril de 1986 publiqué en este diario una nota de protesta con el título El abandono de La Rebeca, y nadie acudió en defensa de la reina mancillada.
La escultura se encuentra en el peor estado de deterioro. Parece una triste harapienta que a todos incomodara. La piedra, carcomida por la pátina del tiempo, no sostiene un monumento sino un escombro. La dulce mirada de antaño está hoy sombría y la expresión, mustia, y los labios, marchitos, y el alma, enferma.
Las espléndidas formas femeninas están ajadas. La lejana novia, toda frescura y sensualidad en sus épocas de esplendor, languidece ahora entre el maltrato, la frialdad y la ingratitud de los bogotanos. ¡El arte ha sido vilipendiado! Dicen que la van a restaurar. Alguien, tal vez, advirtió una lágrima de soledad en un rincón de Bogotá.
En Armenia, cuna del artista, se ha iniciado un movimiento para que La Rebeca sea trasladada a esa ciudad ante el ultraje permanente que vive en las calles bogotanas.
El Espectador, Bogotá, 26-III-1992.