Invitación a la microhistoria
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Mucho me agradó ver que en Soatá, mi pueblo, habían sido trasladados a la casa de cultura viejos papeles notariales que contienen datos sobre compra de tierras y otros acontecimientos significativos de la población. En los archivos de notarías y parroquias, en la correspondencia particular y en los libros de los comerciantes reposan las mayores referencias sobre la vida de los pueblos. A ellos es preciso acudir cuando se quiere localizar los signos del pasado, pero resulta que los municipios, en general, carecen de memoria histórica.
Las raíces ancestrales del pueblo no se pueden perder. Es en la provincia donde se consolida el alma de una nación. «En defensa de la provincia debemos librar todos los combates», pregona Otto Morales Benítez. Esta frase se recuerda en los tomos (y van ocho) que registran los Encuentros de la palabra realizados en su tierra de Riosucio.
Un pueblo sin identidad es como una familia sin apellido. La historia local marca los rasgos distintivos de una generación. Hasta la población más pequeña constituye un eslabón de la patria y se halla integrada como tal al proceso de la nación entera. Inclusive en los más apartados rincones nacen hombres ilustres y ocurren hechos dignos de historiarse.
Las universidades han comprendido la importancia de crear facultades de historia, y ya existen varias en el país. Así se forma una nueva mentalidad que busca proteger el espíritu del pasado como brújula del futuro. José Carbilio Valderrama, director en Ibagué del periódico Prensa Nueva, denunció el año pasado los atropellos cometidos en el Tolima contra diversos archivos históricos, varios de ellos incendiados o tirados al río por orden de autoridades irresponsables.
Voy a mencionar dos casos que demuestran la utilidad de los archivos a través del tiempo. El historiador tolimense Álvaro Cuartas Coymat (autor del libro Tolima insurgente, galardonado en 1987 dentro del Concurso Nacional de Historia Eduardo Santos) anda en busca de datos sobre los últimos años del fundador de Ibagué, capitán español Andrés López de Galarza, cuyas cenizas quedaron en la capital boyacense, donde pasó sus últimos años (y han transcurrido cuatro siglos). Es posible que el Archivo Regional de Boyacá, que ha sabido resguardarse con tanto celo, le suministre la información.
En Ciudad de Méjico se conserva en la Capilla Alfonsina (biblioteca y casa-museo de Alfonso Reyes) una colección que abarca alrededor de 45 cartas cruzadas entre Reyes y Germán Pardo García en el lapso de 1930 a 1956, documentos de gran significado para el estudio de ambas personalidades. Bien se sabe que es en las cartas donde los escritores dibujan mejor su alma.
El sentido de la historia debe incentivarse no sólo desde la universidad sino desde las propias aulas escolares. En colegios y escuelas hay que enseñar la historia local e inculcar en los estudiantes el valor de la provincia como cuna de la cultura nacional.
El Espectador, Bogotá, 6-V-1992