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El Quindío distante

viernes, 11 de noviembre de 2011

Por: Gustavo Páez Escobar

Ocho años largos han trans­currido desde mi ausencia del Quindío, después de residir allí por espacio de 15 años. Im­perativos de familia deter­minaron mi regreso a la capital del país, y hoy, jubilado de la vida laboral, recuerdo con emoción mis comienzos en la ciudad de Armenia como ban­quero y promotor cul­tural, actividades que ejercí en forma paralela junto con las de comentarista de prensa y escritor.

Al invitarme La Crónica del Quindío a co­laborar en sus páginas, le manifiesto  al insigne amigo Rodrigo Gómez Jaramillo, su director y exgobernador del departamento, que una manera de retornar es a través de las columnas que hoy se inician. Aquí estoy de nuevo, por consiguiente, en diálogo abierto con la región.

Deseo volver al Quindío con una lección moral, que esa fue la pauta invariable que pre­sidió mi ejercicio bancario y mi vida como sencillo habi­tante de la comarca. Y para el efecto, nada mejor que recordar las palabras con que me des­pedí de los colegas de la banca en el homenaje realizado el 31 de agosto de 1983, en el chalet de Óscar Jaramillo Jaramillo. Con los mismos principios y el mismo sentimiento de entonces renuevo hoy los lazos de amis­tad con el Quindío y su gente, a través de las palabras que pronuncié aquella vez:

«Nada fácil resulta romper raíces con una sociedad que desde el primer momento se convirtió en nuestra propia tierra. Es un momento difícil el de despedirnos hoy de la familia bancaria, con la cual se han compartido gratísimos momentos de sano colegaje y auténtica camaradería. Alrededor de la amistad y siempre con las banderas en alto por una banca mejor, hemos librado memorables jornadas de identidad laboral y regocijo personal.

«El primer objetivo del banquero es el de ser útil a la sociedad. Y la primera obligación, la de ser honorable. Situada hoy la banca nacional entre grandes conflictos de descomposición moral, no podemos admitir que los desvíos ajenos toquen nuestros propios códigos éti­cos. Si somos ejecutivos de las cifras, primero debemos ser profesionales de la pulcritud. Yo aspiro a dejar en Armenia, antes que libros y bonitas cifras, una lección moral. Es el legado que entrego a ustedes después de duras aunque reconfortantes experiencias en mi tránsito por el Quindío. Y sé que ese legado queda en buenas manos.

«Mi esposa y yo, que hemos compartido con ustedes las mejores horas de una franca amistad, sabemos que no nos vamos del todo si aquí queda parte de nuestro corazón. Les dejamos además un hijo quindiano que algún día reclamará su dere­cho a la tierra que lo vio nacer».

La Crónica del Quindío, Armenia, 10-II-1992.

 

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