Rastros de una generación
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
En las páginas de Generación, suplemento Dominical de El Colombiano, dirigido de 1939 a 1942 por Otto MoraIes Benítez y Miguel Arbeláez Sarmiento, quedó consignada una muestra valiosa de la vida intelectual y artística del país durante el presente siglo. Quienes por aquellos días surgían en el mundo de las letras alrededor de este cuaderno abierto a todas las expresiones del espíritu, en su mayoría eran jóvenes estudiantes que iban a ejercer puestos de liderazgo en la literatura, la política, las artes y las ciencias a partir de su presentación en la gaceta dominical.
Morales Benítez, que al asumir el cargo de codirector no había cumplido aún 19 años de edad, hablaba del muchacho Rodrigo Arenas Betancourt, un año mayor que él. Otro de los jóvenes de esta generación era Belisario Betancur, de 16 años. Esta tripleta, en la que se confunden el intelectual, el político, el escritor, el estadista, el periodista y el artista, y que desde entonces marcharían mancomunados por los caminos de la vida y del espíritu, identifica la esencia común de quienes arribaron a Generación con ideas jóvenes y ánimo batallador.
Irrumpía el grupo –nacido en Medellín pero conformado por escritores de todos los departamentos– dentro del fragor de la Segunda Guerra Mundial, hecho que suscitaba la especial manera de sentir y de proyectar el mundo. En el aspecto doméstico, en este país que se ha inventado los ismos como rótulo de supervivencia, a estos jóvenes les correspondió una lucha denodada en medio de tres generaciones: la del Centenario, la de los Nuevos y la de los Piedracielistas.
Y para que no quedara duda sobre la misión que debía cumplir, el suplemento trazó esta pauta: «Su pretensión es hacer sentir los problemas del espíritu a través de las nuevas maneras de expresión. Tratar, sencillamente, de formar un clima intelectual diferente al que hemos heredado».
Hoy, transcurrido medio siglo desde el inicio memorable, y cuando buena parte de aquellos muchachos están muertos y la mayoría cumplió brillantes desempeños en la vida colombiana, nos encontramos con este gran hallazgo: el rescate de una generación. Esto significa, en efecto, el libro coeditado por El Colombiano y la Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Esta obra le hacía falta a la literatura nacional, y por eso se convierte en joya bibliográfica. La selección y el prólogo son de Otto Morales Benítez, y el diseño gráfico de Vicente Stamato. Como coordinadora de la edición ha actuado Gloria Inés Palomino Londoño, directora de la Biblioteca Piloto.
Fueron seleccionados 99 autores, la mayoría de ellos prestantes figuras de las letras. Aparecen 22 escritores para mí desconocidos, quienes en notas reveladoras dejaron su testimonio para que otros entendieran su época; algunos de esos trabajos son excelentes, como el de Roque Casas sobre Óscar Wilde; o el de Eduardo Arias Robledo –con el tiempo gerente general del Banco de la República– sobre Goya.
Hay hechos curiosos, como el relacionado con Locura, cuento desolado de Humberto Jaramillo Ángel que revela sus obsesiones e interpreta su manera de ser. En este breve relato hay 17 adverbios terminados en mente, vicio, según Jaramillo Ángel, que a lo largo del tiempo él fustigaría en otros escritores. Belisario Betancur escribe una nota sobre música –sorprendente en el muchacho que acababa de dejar los lares agrestes de Amagá– y muestra sus iniciales garrapateos, entonces sin el desparpajo de hoy en día, como precursores de su vocación literaria.
La generación de mitad de siglo, como se le podría definir, ya le cumplió a Colombia. En este libro se recoge en buena hora el mensaje de unas mentes inquietas que contribuyeron, y siguen contribuyendo, al progreso cultural de la patria.
El Espectador, Bogotá, 22-I-1992