Mataderos clandestinos
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Esto de los mataderos clandestinos no es nuevo en Bogotá. Uno de ellos existe desde hace veinticuatro años y ha sido cerrado catorce veces por las autoridades. Y a los pocos días entra de nuevo en actividad, a los ojos de la propia policía. El Gato, su dueño, ha ido varias veces a la cárcel y luego sale de ella, orondo, a seguir burlándose de la justicia.
En Bosa nadie ignora que el matadero está situado en la vereda San Bernardino. Todos conocen al dueño. Una viejita del sector explica así la libertad de que éste goza: «es bastante manilargo en las propinas para los policías». Si todo el mundo ve las maniobras de este empresario de la ilegalidad, ¿por qué no hay castigo de la justicia? Por lo que cuenta la viejita.
En Bogotá y en las poblaciones vecinas hay veinte mataderos clandestinos. Es más: se sabe el sitio exacto donde funcionan. Algunos policías llevan de allí para el consumo casero, desde luego obsequiada, la carne de caballo o de burro o de mula, e incluso de bovinos, carnes que no cumplen con los requisitos de control veterinario.
El problema del país es ese: la tolerancia, la impunidad, la ley del silencio. Las propinas de que habla la viejita, o sea, el soborno, el billete generoso, la compra de la justicia, permiten que los gatos se escabullan y los delincuentes se multipliquen. Nos están metiendo gato por liebre.
Todos los días entran a Bogotá, por todos los retenes, camiones cargados de caballos para su sacrificio, a cuchillo limpio, es decir, con salvajismo y sin ningún control sanitario. Algunos animales llegan muertos, y su carne también se vende. Se matan animales con graves enfermedades transmisibles al hombre.
Esta carne, que se ofrece barata, tiene principal salida en los barrios pobres. En los pisos mugrientos de los mataderos se depositan, en tremenda mescolanza, vísceras, patas y toda clase de desperdicios, que los compran firmas clandestinas para la fabricación de salchichones y embutidos. Todo un engranaje, en fin, que está envenenando al pueblo.
La sola relación de estos hechos produce náuseas, lo cual no debería convertirse en material para Salpicón, espacio que sugiere buena sazón. Pero la verdad no puede ocultarse. Las dudas son obvias: ¿Qué hace el Ministerio de Salud Pública, que desde tiempo atrás conoce estas pestilencias, para proteger la salud del pueblo? ¿Qué hacen las autoridades sanitarias de la capital? ¿Se han vuelto ciegos y sordos los alcaldes de Bosa, Fontibón, Soacha, Silvania, Sibaté, La Calera, Sopó y los otros municipios?
Se autorizó hace poco el sacrificio de caballos para el consumo humano. Lo cual es un contrasentido, ya que en Colombia no existe una raza equina apta para el sacrificio. Tampoco hay ningún matadero legalmente autorizado. Como su construcción, con todas las de la ley, valdría alrededor de cien millones de pesos, es mejor seguir con los mataderos ilegales, donde se matan a bajo costo caballos viejos, enfermos, cadavéricos.
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Debido a la intervención de la prensa, a raíz de la denuncia hecha por la Asociación Defensora de Animales (ADA), fue cerrado el matadero de Bosa. El Gato quedó al descubierto, una vez más. La viejita soltó sus verdades. Todo, en apariencia, ha sido controlado. Esta columna se aplazó un buen tiempo, adrede, a fin de que alguien se cerciore hoy si existe quietud (diurna y nocturna) en San Bernardino…
El Espectador, Bogotá, 31-X-1991.