Moniquirá, tierra dulce
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El prodigio colombiano permite que a una hora de Tunja —una de las ciudades más frías de Colombia— se encuentre Moniquirá con su delicioso clima medio de 19 grados. Allí se llega, con disfrute del maravilloso paisaje boyacense, por la carretera que conduce a Bucaramanga, una de las vías mejor conservadas del país. En lengua aborigen Moniquirá quiere decir Ciudad del baño, calificativo que se hace realidad por el placer de sus aguas fluviales. A corta distancia de la plaza pasa el río Moniquirá, una especie de dios de la población, alrededor del cual se han establecido balnearios frecuentados por propios y extraños, lo mismo que diversos motivos de atracción turística.
El poeta y periodista Juan Castillo Muñoz, hijo dilecto de la ciudad, dice que “Moniquirá, la comarca de los gratos aromas, concita con sus aires cálidos, el verdor de sus contornos y el perfil susurrante de su río, la unción inspirada de la música». Estos incentivos conquistan al visitante como un mensaje natural de la tierra.
Así tuvimos oportunidad de disfrutarlo quienes concurrimos al primer encuentro de escritores boyacenses convocado por el alcalde de la ciudad, Carlos Guerrero, que con su equipo de colaboradores deja buen precedente para futuras realizaciones culturales. La juventud moniquireña, deseosa de dialogar con los trabajadores de las letras —entre ellos, Fernando Soto Aparicio, cuyas novelas tienen amplia penetración en los colegios—, demostró con su presencia un evidente afán de cultura.
En la misma ocasión se llevó a cabo el encuentro de compositores, que en espléndida velada alegraron el alma de la comarca. El compositor Carlos Martínez Vargas, jefe de actividades culturales de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, es uno de los grandes animadores de la música boyacense. Su voz tiene eco nacional. En el pasodoble brindado a la ciudad con motivo de sus 200 años de vida, Martínez Vargas manifiesta: «Tus mujeres dejan al paso el aroma de tus jazmines y rosas».
En efecto, el ambiente de jardín y floresta, nota predominante de este tranquilo rincón de la patria, se embellece con la gracia de sus mujeres. La campesina boyacense, como la campesina santandereana cantada por José A. Morales, tiene sabor de fruta madura.
A Moniquirá se le conoce como la Ciudad Dulce: Sus habitantes le dieron este distintivo como homenajes a los sabrosos bocadillos de guayaba que han hecho famosa a la región, y además a las abundantes siembras de caña de azúcar. El concepto de dulzura se ha vuelto un emblema de la ciudad, y así lo atestiguan la hospitalidad que se brinda al forastero y la amabilidad de la gente.
Se trata, por otra parte, de sitio preocupado por su progreso arquitectónico, con calles pavimentadas y limpias, residencias decorosas y la hermosa plaza arborizada. La población se esmera por conservar su categoría de cabecera municipal y compite en el concurso departamental que premia al «municipio más lindo de Boyacá».
Los escritores le dejamos varios mensajes a la ciudad. Los principales, preservar la paz, la envidiable paz que allí se vive como privilegio inapreciable —y tan esquiva en la mayoría de los municipios—, y luego defender la ecología para dignificar la vida de los moradores.
El Espectador, Bogotá, 2-IX-1991.