Don Ruby
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Con la muerte de Jorge Reyes Corso desaparece un simpático personaje bogotano: Don Ruby. Había nacido en la población boyacense de Santa Rosa de Viterbo hace 84 años, pero fue en Bogotá donde desarrolló su larga carrera en la radiodifusión. En Radio Santa Fe hizo famoso, durante 42 años, uno de los espacios más populares de la ciudad: La hora de los novios.
Era un mensaje alegre y sentimental que hacía vibrar las cuerdas afectivas de los enamorados, que buscaban en la voz cómplice del director una identidad y un consuelo para las eternas cuitas y esperanzas del corazón. A dicha emisora se vinculó desde su comienzo, en 1938, e hizo llegar su sintonía, con la voz inconfundible del locutor festivo y galante, a todos los rincones del alma enamorada.
Deja además honda huella en otras emisoras: La Voz de la Víctor, Radio Mundial, Radio Cordillera. En esta última acreditó, en sus años viejos, los espacios Mañanitas colombianas y Añorando el pasado, programas frescos y memoriosos que interpretaban su amor por la patria y su nostalgia por los dones amables que había recibido de la vida.
Como maestro del humor capitalino se confunde con los protagonistas más pintorescos que haya tenido la Bogotá auténtica de los cachacos, la del ingenio, el chascarrillo y el ademán gentil –un poco ebria y un mucho romántica–, que comenzó a desmoronarse en la segunda parte del siglo. Fue mensajero de la alegría y portavoz del sentimiento.
Ya en proximidades de su muerte entretejió un hermoso canto por la paz. Don Ruby, pionero de la radiodifusión bogotana, se marchó del mundo con una sentida imploración por la convivencia entre los colombianos, poema leído en las honras fúnebres por su hijo Jorge Rogelio, que de él ha recibido la herencia de la locución.
Plegaria por la paz
¡Señor: envía la paz a Colombia
y el trigo bello convertido en hostia
a quienes necesitan un alivio!
Perdona, cual lo hiciste en el Calvario,
a quienes siembran muerte y exterminio.
Devuélvele la paz y la alegría
a nuestra Patria y a sus campesinos.
Que no muera la fe de los mayores,
los que creyeron en tu amor y auxilio.
Que no corten la vida del labriego
los que en sus manos tienen los cuchillos.
Labriegos, que en la vida sólo piensan
en su hogar, su trabajo y su destino.
¡Haz, Señor, que florezca en nuestra Patria
el canto de las aves en el nido!
Y envía a nuestro pueblo colombiano
una plegaria de perdón y olvido.
Que no lloren las madres, y si lo hacen,
sus lágrimas apaguen la metralla
y el terrible silbar de los fusiles.
Que la sangre que corre en nuestra Patria,
hecha perdón, sea transformada en lirio.
Y en el amanecer de un nuevo día
llegue la paz cual gota de rocío.
Y por último, ¡oh Dios del universo!,
vuelve a resucitar y redimirnos.
Pues confiados estamos de tu amparo,
de tu misericordia y tu cariño.