Debate sobre la televisión
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Uno de los inventos más portentosos de este siglo es el de la televisión. Los primeros televisores que llegaron a Colombia, en blanco y negro, los trajo el Banco Popular hacia el año 1954, en el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla. Veinte años después el país recibiría las imágenes en colores.
Aunque los principios básicos del sistema se conocían desde el siglo IX, la televisión sólo vino a ser posible con el descubrimiento de las ondas hertzianas por el físico alemán Gustavo Hertz, ganador del Premio Nóbel de Física en 1925. En el invento confluyeron muchos adelantos progresivos en los campos de la electricidad, el electromagnetismo y la electroquímica.
Hoy, por lo elemental que es en la vida moderna, no nos detenemos a pensar en lo que significa trasladar al instante, con la velocidad de la luz, las imágenes que se presentan en cualquier sitio del mundo. Los episodios recientes del golfo Pérsico, por ejemplo, nos llegaron como si estuvieran sucediendo ante nuestros propios ojos.
El invento, sin embargo, rompería los moldes de la comunicación hogareña. Antes las familias se congregaban en las horas de las comidas a dialogar y estrechar los vínculos del afecto. Hoy el televisor corta la conversación y distancia a los miembros del hogar. Desplaza la lectura y altera la disciplina del estudio en casa. Por un programa ameno, cuando no dañino, los muchachos abandonan el deporte y no se preocupan por cultivar las bellas artes. Prefieren los enlatados al concierto de música o a la obra de teatro.
Hay que dudar de la televisión como medio de capacitación. Como las imágenes llegan por fragmentos y a grandes velocidades, no hay tiempo para la reflexión ni la consulta que se obtienen de la lectura de libros, periódicos o revistas. Lo que el televidente recibe es una invasión de ideas fugaces, de palabras inconexas y visiones superpuestas, todo embellecido con la magia de los colores y el hechizo de la tecnología. ¿Qué queda de una sesión de esta naturaleza? Mucho encanto y poca profundidad.
Hoy los niños, en su gran mayoría, realizan sus tareas escolares frente al televisor prendido e incluso se hacen llevar allí los alimentos. Es este, tal vez, el mayor perjuicio que causa la televisión: separar en lugar de unir. Los propios padres se han vuelto cómplices de esta distorsión. Ellos también viven esclavos del noticiero o de la telenovela de actualidad.
El televisor está acabando con el hábito de la lectura. Se presta para la molicie, la falta de iniciativa y la apatía por las fuentes de consulta. La pereza y las costumbres sedentarias son propiciadas por este invento, maravilloso en otros sentidos. Un maestro del lenguaje dice lo siguiente: «No hay duda de que el éxito escolar depende en gran medida del vocabulario; y no hay otra manera de formar un buen vocabulario distinta de la lectura». Hoy muchos niños aprenden a hablar por los programas cursis de la pantalla chica y por eso ignoran las bases mínimas del idioma culto.
Cuando canales especializados se dedican a fines educativos, ahí sí se logra un verdadero campo de formación. Pero si los programas son frívolos y están invadidos de sexo y violencia, como por desgracia ocurre en la mayoría de exhibiciones, hay que lamentar el grado de deterioro en que cae el hogar. La estabilidad de la familia se debilita con lo ramplón y lo insustancial y se destruye con lo inmoral y lo obsceno.
Es preciso elevar la calidad de la televisión para encauzar la tecnología hacia fines útiles. La televisión debe informar pero sobre todo formar. Divertir y al propio tiempo sembrar principios y hacer pensar.
El Espectador, Bogotá, 21-VIII-1991.