Manizales bajo el volcán
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El escritor caldense Hernando Salazar Patiño no pone a Manizales como dominadora del volcán, sino que la define en su reciente libro como la diosa arrodillada que ha dejado perder su pasado de glorias para descender la cuesta de su presente de cenizas. Sostiene que, tras una larga etapa de liderazgo nacional –acaudillado por una constelación de prohombres que dirigían unos la economía cafetera y sobresalían otros como brillantes políticos o humanistas–, el decaimiento de la ciudad se hizo notorio a partir de 1973.
Hay una frase punzante con que Salazar Patiño describe el deterioro actual de la urbe: «El acelerado y confuso proceso de urbanización, sin pautas de bienestar ambiental y futuro, ni planeación racional, ha vuelto sus alrededores inexpresivos, terrosos y sin verdes. Una dramática invasión de grises petrifica el paisaje».
El volcán, entonces, ha impuesto su garra cenicienta sobre la noble villa, otrora soberana y cubierta de cumbres iluminadas. El paisaje se ha oscurecido, no tanto por la irrupción del cráter furioso –que a Manizales no le causó ningún daño material–, sino por el declive de su clase dirigente y la ausencia de sus mejores hijos. «Tiene una élite cerrada –dice Salazar Patiño–, nada autocrítica y un poco alejada de la realidad, de la que se dice no le duele la ciudad». Y agrega que el problema fundamental es «la falta de compromiso profundo, real y eficaz con la ciudad, de propósitos firmes y comunes (…) Se ha perdido la gana. El lenguaje se ha restringido. Se volvió más provinciana».
Este duro diagnóstico, de eminente intención constructiva, levantará ampollas. Pero no puede despojársele de la verdad que contiene. Es pertinente anotar que el ensayista, hombre de vasta erudición y destacada actuación en la cultura de Caldas, exdirector del suplemento literario de La Patria, fundador de la revista universitaria Siglo 20, creador del Instituto Caldense de Cultura y de la Fundación Caldas Ayer y Hoy, es un inquieto y reconocido escritor que suscita con sus ideas interés y polémica.
Sus dardos intelectuales cayeron en buen terreno. Otro hombre culto de la región, Fernando Londoño Hoyos, quien en excelente disertación presentó el libro en el Club Caldas de Bogotá, comparte la tesis de que a Manizales la abandonaron sus mejores hijos, unos ausentes de la ciudad y otros resignados entre las cenizas del Ruiz. Londoño Hoyos hace un repaso de la época cenital de su departamento, cuando sus grandes hombres dominaban la economía y la política de la nación, y sus ilustres letrados hacían pasar por Manizales la brújula de la cultura nacional, para admitir que la verdad enorme que hoy esgrime su coterráneo «está escrita entre la melancolía de la decadencia».
La tierra de Silvio Villegas, y de Gilberto Alzate Avendaño, y de Aquilino Villegas, y de Manuel Mejía, y de José Restrepo Restrepo, y de Fernando Londoño Londoño, y de Antonio Álvarez Restrepo, y de tantas otras figuras estelares, queda sometida al juicio histórico en la pluma incisiva y galante (ambas cosas unidas) de un gran escritor de la región.
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Este libro de Hernando Salazar Patiño es un hermoso canto al pasado caldense y una voz de confianza en el futuro que es preciso vitalizar. Lo más bello de Manizales –la tierra, los paisajes, la raza, las tradiciones, sus lindas y virtuosas mujeres, sus virtudes ancestrales– desfila, en afortunadas síntesis, por estas páginas inspiradas bajo la sombra del volcán. “Manizales –concluye el escritor– es un sitio donde todavía se puede soñar. Un territorio de esperanza”.
El Espectador, Bogotá, 21-III-1991.
Eje 21, Manizales, -VII-2015.