La sonrisa Hommes
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Es común cuando se inicia una nueva administración hacerle imputaciones a la anterior sobre los desbarajustes públicos. En rama tan sensible como la de los impuestos, los cambios de políticas tratan muchas veces de justificarse con el argumento de los errores heredados. El actual ministro de Hacienda, doctor Rudolf Hommes, estrenó despacho censurando las medidas fiscales de su antecesor, y así, poco a poco –ayudado por su sonrisa, que no se sabe si es seráfica o mefistofélica– ha venido acelerando la tributación.
Como nuevo zar de las finanzas, duro e ingrato papel que debe manejarse con suma dosis de prudencia, el doctor Hommes, pretendiendo ser el salvador del caos, crea desconcierto con su política tributaria. El equipo económico del Gobierno arma diferentes paquetes de nuevos impuestos y con esto parece olvidar que el bolsillo de los contribuyentes no resiste más.
A los pocos días de la nueva administración sobrevino un alza del 10 por ciento en el precio de la gasolina, lo que causó el encarecimiento inevitable de la canasta familiar. Los transportadores, que no se conforman con las tarifas actuales, se hallan próximos a elevar el costo del servicio, hecho que a la vez desencadenará nuevas especulaciones en los precios de los artículos populares.
Quiere aumentarse al 12 por ciento la tarifa del IVA. Y extender el gravamen a los restaurantes, bares, griles, tabernas y discotecas. Para los teléfonos, télex y telegramas se busca subir el IVA del 6 al 12 por ciento. Estas medidas afectarán el bolsillo de todos los colombianos. El renglón del comercio registra un crítico período de recesión, que se agudizaría con el golpe que se prepara. De golpe en golpe, y siembre entre sonrisas, las clases populares ven evaporarse los duros pesos que se lleva el Gobierno impositivo.
¿Qué es lo que no sube en Colombia, qué es lo que no está gravado? Suben las tarifas aéreas, el interés bancario, el interés de los préstamos de Upac, los servicios públicos. Hasta las cesantías están gravadas. Ahora quiere fijarse impuesto a las cajas de compensación familiar, entidades sin ánimo de lucro que prestan grandes servicios a la clase trabajadora y al público en general.
La voracidad fiscalista se está pasando de raya. «Si las cosas siguen como van –dice Manuel Drezner, columnista de este diario–, acabaremos con impuestos hasta a la respiración». El prestigio del Gobierno, que hace tres meses era rutilante, se deteriora con tales revolcones (palabra de moda patentada por el señor Presidente) .
Mientras el índice de inflación superará este año el 30 por ciento, a los empleados públicos se ofrece un reajuste salarial del 22 por ciento. Con esta medida se controlará, según se pontifica desde las altas esferas de la administración, la inflación galopante. ¿Será sensato que los pobres servidores del Estado terminen pagando los platos rotos?
Y vendrá en los próximos días, claro está, el consabido forcejeo entre el Gobierno y las centrales obreras para pactar el porcentaje del salario mínimo. No se pondrán las partes de acuerdo, y así, una vez más, será el Gobierno el que establezca por decreto el nuevo salario. Ojalá estemos equivocados.
El Gobierno, que sembró tantas expectativas populares, se juega ahora una carta fundamental en estos momentos de intranquilidad ciudadana. Ojalá, por encima de todo, se preserven el bienestar familiar y la paz laboral. Hoy por hoy la sonrisa Hommes es sinónimo de acidez.
El Espectador, Bogotá, 8-XI-1990.