En una galería de arte
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Quienes no somos críticos de arte, pero amamos el arte, la obra pictórica vale por sí sola, sin la atadura de reglas académicas. Al fin y al cabo la ciencia y la técnica, lo mismo en pintura que en cualquiera de las bellas artes, lo que hacen es encauzar el talento y la habilidad de la persona para que sus realizaciones produzcan goce estético. Y éste es subjetivo y se convierte en una especie de bocado para cada paladar.
Cuando yo residía en el Quindío, se organizó un concurso de escultura con jurados de la categoría de Antonio Montaña y Pedro Restrepo Peláez. Como es lógico, el suceso reunió a conocidos artistas, que en su mayoría poseían larga trayectoria y podían exhibir obra destacada. Para sorpresa general, el galardonado con el primer premio fue un obrero de las Empresas Públicas de Armenia, escultor anónimo que no había estudiado ninguna técnica ni registraba antecedentes en ese campo del arte.
Ante la protesta de los demás concursantes, los jurados explicaron que en la obra presentada por el novel escultor (unas figuras en relieve esculpidas en plena roca) habían encontrado arte puro. Quien hoy viaje por el Quindío tendrá oportunidad de admirar esos grabados en una curva de la carretera entre Armenia y Calarcá. A su autor, que no había estudiado escultura en ninguna escuela, lo guiaba el arte intuitivo.
Cuando observo una obra de arte, me acuerdo del episodio del Quindío. Esto me ocurre ahora ante la exposición de pintura que se realiza en el Fondo de Empleados de la Occidental de Colombia (carrera 13 con calle 76), por parte de tres pintores nuevos: Clara Inés Segura Pinzón, Rafael Garrido Garrido y Hernando Riaño Sanabria. El solo hecho de ser nuevos –y esto nos ha sucedido a quienes incursionamos por primera vez en cualquier rama del arte– hace más difícil la aparición ante el público. No faltará el critico que descalifique sus cuadros.
La galería citada se halla hoy engalanada con pinturas al óleo y al pastel aplaudidas por los numerosos asistentes al acto inaugural, y por quienes en los días siguientes las siguen visitando. Sorprende que dos de los autores, Clara Inés y Rafael, sean muy jóvenes. Esto mismo sucedía con el escultor de Armenia. Sin embargo, se observan en ellos signos de vocaciones claras. Los cuadros de Clara Inés recogen sobre todo la figura humana y el paisaje. Rafael Garrido, de apenas 21 años de edad, es ya excelente paisajista. Supongo que de perseverar en su vocación llegará muy lejos.
Hernando Riaño Sanabria, de mayor edad que sus compañeros de salón, trabaja la pintura hace diez años y no es la primera vez que presenta sus óleos. Me contaba él los momentos regocijantes que, al margen de la ocupación laboral que desempeña en importante empresa, obtiene en sus días de creación. En el concurso patrocinado por el Club de Leones de Bogotá, obtuvo entre 80 pinturas el 2° puesto con el cuadro El machete, que también se exhibe en la sala cultural de la Occidental. Su mayor habilidad está en la elaboración de bodegones, desnudos y figuras femeninas. La noche de la presentación fueron vendidos tres de sus cuadros, entre ellos Tania, seductora adolescente disputada por varios de los invitados.
Dijo Gide: «En arte, lo que al público le gusta es, sobre todo, lo que reconoce».
El Espectador, Bogotá, 10-X-1990.