Adiós a la banca
Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando comencé a trabajar en la banca, hace 36 años, las operaciones se registraban a mano. Recuerdo que los cajeros anotaban uno por uno, con pausada caligrafía, los trámites que en sus casillas efectuaba la clientela. Esto sería inaudito en los tiempos actuales movidos por el tumulto y la tecnología. El país tenía entonces doce millones de habitantes; hoy pasa de treinta.
Era una banca elemental y eficiente. Como todo se hacía a mano, menos los billetes, la mente se mantenía adaptada para el análisis y el razonamiento. Hoy las calculadoras y las computadoras reducen la facultad de pensar. Con la regla simple del debe y el haber se cruzaban todas las partidas; pero esto no era suficiente, porque los comprobantes debían llevar magnífica redacción e intachable presentación.
Para pertenecer a un banco lo primero que se exigía era honorabilidad. Si ésta fallaba, la persona podía sentirse descalificada para el resto de los bancos, solidarios en preservar las buenas costumbres. Los gerentes eran modelos de decoro y dignidad. La sociedad los consideraba arcas de la fe pública.
Como en aquellos tiempos existía la carrera bancaria, los gerentes, que habían pasado por diversas experiencias y conocían todos los secretos del oficio, eran verdaderos profesionales de una rama de la economía de tan complejos mecanismos. Los institutos financieros sobresalían por su seriedad y prestigio y simbolizaban la solidez del país. El cheque era un esquema moral y quien lo firmaba no podía ser sino un caballero de alto respeto.
A la banca ingresé más por curiosidad y aventura que con ánimo de permanecer. Pero el calor humano me conquistó alrededor de un cordial grupo de compañeros. En esos momentos surgía un banco novedoso y revolucionario, el Popular, que dirigido por un ejecutivo de ideas audaces, el doctor Luis Morales Gómez, estaba rompiendo los moldes estáticos de la banca ortodoxa. La pujante entidad, nacida en 1950 con el rótulo de banco prendario del municipio de Bogotá, llegaría en corto tiempo a atraer el interés creciente de esta nación que encontraba un abanderado de las causas sociales. El pueblo no tenía acceso a la banca, y el Banco Popular se lo permitió.
Me gustó la filosofía de «Banco de los pobres», como se le bautizó, y que continuó siéndolo por mucho tiempo, y por eso me quedé. El interés corriente de la banca era entonces del 12% anual –o sea, tres veces inferior al que hoy rige–, y el nuevo organismo dispuso tasas todavía más bajas para las líneas de crédito popular. Todo esto determinó el inicio de una extensa carrera entre encajes y rigores financieros. La austeridad de las cifras, incluyendo las personales, se conciliaba con el regocijo de una tarea dignificante que producía satisfacciones.
Era oficio que daba distinción y facilitaba el ascenso sin más títulos que los del esfuerzo y la idoneidad. La banca era la mejor universidad del trabajo. La persona se sentía retada por la lucha y estimulada por el progreso.
El Banco Popular, que se había inventado les sistemas mas osados para democratizar el crédito en Colombia, tuvo que afrontar más tarde aguda crisis que lo llevó a la bancarrota. Más que por el hundimiento de las cifras, el organismo se cayó por la quiebra moral. Lo rescató el doctor Eduardo Nieto Calderón, asesorado por un brillante equipo de colaboradores. Quienes padecimos el descalabro, sabemos hoy lo que duele el sacrificio. Y años después saboreamos la alegría del triunfo.
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Ha llegado la época del retiro. La misión está cumplida. Estos 36 años de esfuerzos y realizaciones dejan muchas y provechosas experiencias. La más importante de ellas es el conocimiento del hombre, tanto el de adentro como el de afuera. Y es que por un banco desfila la humanidad entera. Quien no se maquinice ni se convierta en un billete de banco está salvado.
Se cierra esta intensa .jornada de trabajo con la honda satisfacción de haber sido útil a la sociedad y con el recuerdo de memorables episodios y entrañables amigos. Y se abre otro ciclo de esperanza en el futuro. Termina el banquero y sigue el escritor, que por fortuna no se dejó deshumanizar entre la frialdad y la seducción de las cifras. Esto es garantía de supervivencia.
El Espectador, Bogotá, 27-IX-1990.
Revista Manizales, noviembre de 1990.
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Comentarios:
Admiro su capacidad de aguante pues una de las cosas que más me conmueven el espíritu es el saber que los banqueros existen. Ahora, ya libre, podrá entonces hacer muchas otras cosas. Le envío un abrazo y le deseo muchos éxitos. Jorge Valencia, Bogotá.
He leído más de una vez su artículo Adiós a la banca, en el cual hace un interesante recuento de su devenir en el Banco Popular, con la revolucionaria filosofía, en aquella época, de ser el banco de los pobres. Como me apasiona este tema, confío plenamente que a través de alguna casa editorial pueda usted dar a conocer ante la opinión pública todo ese cúmulo de experiencias vividas. Mauricio Díaz Chavarro, Bogotá.
Durante más de siete lustros le dio usted brillo a la institución con sus impecables calidades de hombre de bien. En Armenia y el Quindío dejó usted huellas imborrables por sus altas calidades de banquero y de ciudadano ejemplar. Los quindianos todos lo calificamos, con orgullo, como hijo adoptivo de la comarca. La banca pierde uno de sus mejores colaboradores pero las letras colombianas se sienten complacidas con su total entrega. Braulio Botero Londoño, Cali.
No sé si felicitarlo por la jubilación o no. A veces los jubilados nos sentimos tristes al pensar en los días y lugares donde trabajamos largos años. Sin embargo, el caso suyo es diferente ya que su amor a las letras lo mantendrá siempre ocupado y la literatura colombiana ganará mucho con el producto de su pluma. Aristomeno Porras, Ciudad de Méjico.
El optimismo de amigos como tú es de mucha conveniencia para este país. Tus escritos convendrán a esta patria tan sufrida y violenta. Dios te iluminará para proyectar ideas de optimismo a nuestro sufrido pueblo colombiano. Jesús Antonio Niñ0 Díaz, representante a la Cámara