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Yarumal, 200 años después

viernes, 11 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El alcalde de Yarumal, Jaime Montes Valencia, me co­mentaba el clima de tranquilidad y progreso que vive la ciudad desde años atrás. En estas condiciones se cum­plieron en 1987, con gran regocijo de los habitantes, los 200 años de fundación de uno de los municipios más prósperos de Antioquia, que sobresale por el apro­vechamiento de los recursos naturales, entre ellos, el talco y el asbesto, y la explotación de la agricultura y la ganadería.

Marco Antonio Rojas Orrego, destacado líder cívico, quien desde hace largos años ocupa la gerencia del Ban­co Popular, me explicaba, mientras con el burgomaestre recorríamos el hermoso parque principal, el significado de la palabra Yarumal. El árbol yarumo, que allí se cul­tiva en grandes cantidades, se convirtió en símbolo de la tierra y dio origen al nombre actual de la pobla­ción. Esta se llamó en sus comienzos San Luis de Góngora, como homenaje al virrey Caballero y Góngora.

A comienzos del siglo tuvo la ciudad banco pro­pio: el Banco de Yarumal, que fue liquidado pocos años después. La entidad se creó en el mismo año que el Banco de los Mineros de Antioquia y entre las dos se establecieron estrechas relaciones. Así lo leo en el libro escrito por Gustavo Angulo Mira, con prólogo de Álvaro Villegas Moreno, una monografía dedicada al bicentenario de la urbe.

La historia de Yarumal es extensa en sucesos y afor­tunada en hombres eminentes. Muchos combates se libraron en aquellas montañas abruptas y hoy se recuerdan como testimonio de un pueblo luchador. Entre los hijos dilectos se destaca el poeta Epifanio Mejía, el sublime loco que pasó largos años en el manicomio y escribió el Canto del antioqueño, adoptado como himno del depar­tamento. En él describe su origen: “Nací sobre una mon­taña. / Mi dulce madre me cuenta / que el sol alumbró mi cuna / sobre una pelada sierra”.

También son oriundos de Yarumal el exministro Oc­tavio Arismendi Posada, el escritor y político José Mejía y Mejía, el vicealmirante Rubén Piedrahíta Arango –uno de los cinco miembros de la Junta Militar que gobernó a Colombia– el artista Francisco Cano Cardona, el poeta Manuel Novato Navarro –cuyo poema humorístico Temperancia, escrito en 1905, es repetido hoy por el vecindario–, y otras personalidades que los yarumaleños recuerdan con cariño.

El Seminario de Misiones de Yarumal fue muy renom­brado en el país. La ciudad cuenta con apreciable nú­mero de establecimientos docentes y ahora se piensa en la fundación de una universidad. El templo parroquial, de proporciones monumentales, es obra que despierta admiración por su belleza y suntuosidad. Es una localidad con larga tradición religiosa –una de las características del pueblo paisa– y ésta se preserva entre manifestaciones de fe, reliquias eclesiásticas y obras de arte recogidas en la alcaidía y en distin­tos lugares.

Cuando uno va para la Costa, desde la carretera sur­ge Yarumal tras una aguda pendiente, como un cóndor con las alas extendidas sobre el abismo. Espec­táculo de sosiego y poesía. La cordillera, con sus ele­vados picos y sus cielos transparentes, desciende so­bre el recinto y pinta contrastes fascinantes. Entre yarumos, talcos, plegarias, poemas que se recitan en calles y residencias, paisajes diáfanos y tradiciones vivificantes, la urbe bicentenaria avanza optimista hacia el futuro. En Yarumal la paz es envidiable. Y el progreso, evidente.

El Espectador, Bogotá, 1-IX-1990.

 

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