Chatarra por libros
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Una de las bibliotecas populares más significativas de Medellín, que tuve oportunidad de conocer en estos días, es la situada en el barrio Moravia. Es éste un sector de pobreza absoluta que se ha levantado sobre lo que antes era un basurero público. Parece un milagro. Se advierte allí el esfuerzo de la gente por construir, sin mayores requisitos de planeación urbana, su vivienda propia.
Ha surgido en Moravia, sobre la miseria, un conglomerado humano. En silenciosa invasión llevada a cabo durante años enteros, los moradores de aquella ladera de Medellín formaron una sociedad que lucha por la subsistencia. Como en medio de su desamparo carecían de planificadores y de ambiciosos proyectos urbanísticos, pusieron las casas en cualquier forma y de carrera. Sólo les interesaba un techo para protegerse.
Para quien nada tiene, una humilde residencia se convierte en un palacio. Ahí se refleja el afán del hombre por no dejarse ganar la partida de la adversidad. Un barrio de invasión es una protesta social. Medellín, en donde abunda el dinero de las grandes industrias y de los prósperos imperios económicos, muestra aberrantes cordones de miseria. Es una de las ciudades en donde se ve más hambre por las calles y pululan, lo mismo en los sectores céntricos que en las periferias, ejércitos de menesterosos que amanecen agazapados en cualquier sitio público por no disponer de un hogar para pasar la noche.
Gloria Inés Palomino, directora de la Biblioteca Pública Piloto, me explicaba, mientras recorríamos el barrio Moravia, cómo las basuras de la ciudad se habían convertido en aquellas cuadras habitadas que hoy sus vecinos defienden como la mayor posesión de la tierra. Por entre callejuelas y construcciones deformes, y en medio de una población infantil que juega gozosa en la vía pública, se me reveló un prodigio: la biblioteca del barrio. Llegamos a medio día, cuando las mesas de lectura se habilitan como comedores para los niños que reciben allí las primeras lecciones de formación escolar.
Rodeados de libros y de elementos creativos, los niños aprenden en estos talleres las primeras letras y dan los primeros pasos para ser mañana ciudadanos de bien. La Biblioteca Piloto es la animadora de estos hogares juveniles en que se han convertido las 60 bibliotecas de barrios populares de la ciudad. Me sentí sobrecogido ante esta lección de patriotismo que brota en la urbe convulsionada por el narcoterrorismo. Mientras éste destruye, otros edifican.
Los niños de Moravia ya aprendieron a querer los libros. Para aumentar su biblioteca escarban en los basureros y de allí extraen la chatarra que luego venden para adquirir más libros. Ellos mismos descubrieron la fórmula comercial para culturizarse. ¡Chatarra por libros! Ojalá la Unesco, que en asocio con el Gobierno colombiano fue la creadora de la Biblioteca Piloto de Medellín –un modelo para América Latina–, se entere de esta maravillosa transformación de la basura en libros.
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Uno de estos niños de barriada, que se da el lujo de ser lector a domicilio, se presentó ante la directora de la biblioteca y le pidió, con los cien pesos que es el costo del carné, sudados en la venta de la chatarra, que le expidiera otro documento a nombre de su padre. Extrañada la directora, le preguntó si no era suficiente con el que ya poseía. Ante lo cual explicó el muchacho que su padre, que también se había vuelto lector apasionado, se apoderaba de sus libros y no le permitía gozar a plenitud de la lectura. Y como su padre estaba de cumpleaños, deseaba hacerle un gran regalo: el carné propio.
El Espectador, Bogotá, 30-X-1990.