Cuestiones de identidad
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Uno de los columnistas de este diario figura como Darío Bautista V. Es una identificación incompleta. Parece que estuviera mutilada. Lo correcto es escribir completo el segundo apellido. Es como cuando las casadas expresan (aunque el de conyugal ya no se usa, dizque porque indica propiedad y esto es machismo): Zoraida Torres de S. ¿De Suárez? ¿De Salamanca? ¿De Sanclemente? ¿De Satán? Esa S sola, indescifrable, es horrorosa, ambigua, y en el campo femenino no es aconsejable: puede implicar muchas posesiones. La misma pregunta podría formularse en el caso de la V errática de Darío Bautista: ¿Vargas? ¿Vela? ¿Vaca? ¿Verdugo?
En esto de los nombres propios, hay personas notables que quedan definidas sin necesidad del segundo apellido: Alberto Lleras, Carlos Lleras, Laureano Gómez. Si se agrega el segundo apellido, a veces se desfiguran. Si se dice, por ejemplo, Laureano Gómez Castro, la adición le quita resonancia al rotundo caudillo de la historia.
Hay personas que logran establecer el solo apellido como identificación plena: Gaitán (no puede ser sino el líder popular); Carranza (el poeta); Nariño (el precursor); Botero (el pintor de señoras gordas). Otros, el solo nombre: Otto (el de la cultura nacional y la carcajada inconfundible); Guillermo León (el presidente poeta); Gloria (la eterna animadora de la televisión).
Un distinguido columnista de este diario dejó muy bien escrito su nombre: Darío Bautista. Si el segundo Darío Bautista prefiere, para diferenciarse, añadir un apéndice (esa V solitaria y muda), parece que la persona estuviera apenas retoñando. Lo mismo pasa con los Cano, los periodistas, que son tan prolíficos y que también escriben historias individuales en la prensa: uno de los descendientes del fundador debe anotar el segundo apellido para evitar confusiones (no es lo mismo Fidel Cano que Fidel Cano Isaza).
Otros, en cambio, deben suprimir el segundo apellido para individualizarse y evitar incómodas referencias, que suelen apocar la propia valía. Esto sucede con Eligio García. Si se agrega el Márquez, no se eleva sino que se frustra. Gabo, a propósito, que cualquiera traduce por Gabriel García Márquez, obtuvo el acierto mágico de ser reconocido en el mundo entero con tan reducido grafismo. Gabo no hay sino uno. Y si otro quisiera llamarse así, quedaría en ridículo.
En las normas fijadas por el Instituto Caro y Cuervo para presentación de originales que van a ser publicados, existe ésta:
«Por regla general, escríbanse completos los nombres propios y los apellidos, aunque sean de personas muy conocidas. Ejemplos: Tomás Navarro Tomás, Rafael Uribe Uribe, Manuel Briceño Jáuregui. Pueden abreviarse los nombres, nunca los apellidos, así: T. Navarro Tomás, R. Uribe Uribe, M. Briceño Jáuregui; pero no Tomás Navarro T., Rafael Uribe U., Manuel Briceño J. En estos casos, por brevedad, es preferible suprimir el segundo apellido: Tomás Navarro, Rafael Uribe, Manuel Briceño».
¿Y cuando la persona no tiene segundo apellido? El problema es mayúsculo en Colombia, donde esta soledad se convierte en sonrojo social. En Estados Unidos no habría dificultad: Kennedy será siempre el mismo (y John, en cambio, será, cuando no va unido al líder popular, un ser del común, lo que en Colombia no ocurriría con Belisario, Otto, Laureano o Virgilio). En Colombia ese trance se resuelve colocándose a la fuerza el otro apellido que negó la suerte.
Esto no sucedió con un amigo mío de Tunja, hijo natural y dueño de gran personalidad, a quien un terco escribiente de juzgado, la persona más necia y más anónima del mundo, se negaba a recibirle la declaración si no suministraba la identidad completa. Y el aludido, con valor y desenfado, le dijo que anotara: “hijo de padre desconocido”.
El Espectador, Bogotá, 4-IX-1990.