La magia de la palabra
Por: Gustavo Páez Escobar
(En acto académico en la Universidad Central)
Si por magia se entiende la ciencia o el arte que enseña a hacer cosas extraordinarias, hemos de admitir que el escritor, que fabrica artificios con la palabra, es un mago. Es el verbo don portentoso que Dios le otorgó al hombre para comunicarse con sus congéneres, pero sobre todo para ennoblecer el alma y hermosear la vida.
El hombre, comunicador social por excelencia, aprendió desde los remotos orígenes de la humanidad a emitir sonidos articulados para expresar sus afanes y emociones, y más tarde implantó los primeros abecedarios que darían comienzo a la multiplicidad de lenguas que hoy permiten el entendimiento humano en todos los confines del planeta. Enhebrar palabras para crear belleza e ideas, y con las ideas armar revoluciones o pacificar los espíritus, es un milagro de la creación divina.
No creo que exista arma más poderosa que la palabra. En ella está concentrada la mayor dosis de invención de que es capaz el hombre. Su ejercicio cabal produce estremecimiento. Unas veces embelesa y otras desconcierta. Su efecto tiene cierto parecido con el rayo, que deslumbra o fulmina. Vemos hoy, en nuestra pobre patria torturada, que las balas y la dinamita se combaten con los dardos de la palabra, y más tarde sabremos que la barbarie quedó derrotada con la razón, que es la que domina al universo.
No quiero hablar de la palabra destructora, sino de la palabra creadora. Es esta última la mano derecha del escritor y sin ella no seria posible el arte. Dice Fernando Soto Aparicio: «La palabra pinta, suena, abofetea, enamora, se dispara hacia el infinito o hacia el corazón, que viene a ser lo mismo; la palabra no tiene límites como no los tiene el nombre cuando aprende a entenderla (…) Por la palabra he entendido personas, injusticias, llamadas de auxilio, convulsiones sociales o plegarias».
El libro, que representa el mayor mensaje del espíritu, no es más que un laberinto de palabras. Y éstas, utilizadas con estrategia, harán del laberinto un edificio de ingenio y sorpresas. La fuerza del escritor reside en eso: en saber buscar y enlazar los vocablos para causar encantamiento. Muy en boga se halla hoy en la literatura latinoamericana el término de realismo mágico, que consiste en un delicioso juego de la mente para construir imágenes que transmitan fascinación.
El libro es un artículo hechizado. Su misterio está en ese raro encanto que determina el estilo. Todo hasta aquí parece una concatenación de fórmulas mágicas, desde aprender a leer y escribir hasta emborronar cuartillas y embarcarse en la aventura de los libros, una maravillosa andanza por los entresijos de la inteligencia.
Para ser escritor es indispensable ser buen lector, y habrá que sospechar de quien, sin vastas lecturas y sólida vocación, comete el atrevimiento de convertirse, por un arte de magia que aquí no es posible, en autor de libros. Máximo Gorki ya tenía pasión por la lectura a la edad de catorce años. Cercado por la pobreza ingresó como peón en una casa de burgueses, donde sólo se respiraba ambiente de ostentación y frivolidad. Mientras otros trabajadores mataban con licor sus ratos de ocio, el futuro escritor, que había descubierto en su barraca una biblioteca abandonada, devoraba libro tras libro.
Ese contacto permanente con la palabra escrita, pero sobre todo el anhelo de adquirir conocimientos, le estructuraban la mente y le ensanchaban el corazón. El primer requisito para que el escritor pueda adaptar el espíritu a la creación de las ideas es el de ser susceptible al mensaje que otros, consagrados ya en el exigente campo de las letras, han dejado como faros de navegación intelectual.
De tanto leer, con el tiempo terminó Gorki familiarizado con los grandes autores de la época. Y más tarde llegó a ser el genio de la literatura rusa, cuya obra recoge el ambiente de miseria del pueblo oprimido. El verdadero escritor ha de escribir siempre sobre la tragedia del hombre, porque esa es la fuente de todos los conflictos sociales. «Los libros –dice Gorki– son el evangelio del espíritu humano y reflejan la angustia y el tormento de la creciente alma del hombre».
Si escribir es un acto de humildad y de soledad, también es un deleite. Deleite esquivo, no comprensible por las mentes prosaicas, que sólo se conquista con perseverancia, con disciplina, con dolor y sangre. Del sacrificio, no lo dudemos, se obtiene lo mejor del arte.
Vengo a hacer hoy, en este augusto recinto de la Universidad Central, semillero que es de ideas, un acto de fe en el escritor colombiano. En este mundo moderno, caracterizado por la mediocridad y la indolencia, el escritor es un ser condenado al desdén y la incomprensión. Rindiéndole tributo, como lo hago con emoción y firmeza, sé que enaltezco lo que otros pisotean: el imperio de la palabra, privilegio de las minorías selectas.
Y lo hago con vanidad, porque también soy uno de los escogidos del arte, y al propio tiempo destaco el empeño solidario con que el líder del plantel, doctor Jorge Enrique Molina Mariño, fomenta la cultura nacional. En esta universidad se rescata al escritor de las aguas procelosas de la ingratitud social. Y esto, doctor Molina, es hacer patria. No sé cuántos libros ha publicado hasta hoy el centró docente, y creo que la cuenta se le perdió al propio rector. Lo que importa es ver los estantes colmados de títulos colombianos. Manifiesta un pensador inglés que «la verdadera universidad hoy día son los libros». Con esta norma, nuestro rector ilustre ha hecho de su casa universitaria una sementera del pensamiento.
Aquí ve la luz la novela Ventisca, mi sexto libro, que bien o mal escrita es ya una realidad palpable. Me cabe el honor gratísimo de colocar al lado de tanta obra erudita esta pequeña contribución al acervo de cultura que crece todos los días en estos predios del humanismo. Y como he venido a exaltar al escritor en su duro y regocijante oficio de sembrador de la palabra, es preciso el momento para repetir con Carlyle: «La verdad es que el arte es la cosa más maravillosa que el hombre ha imaginado».
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Revista Manizales, julio de 1990.
Aristos Internacional, n.° 46, Alicante (España), octubre/2021.
Comentarios
(noviembre de 2021)
Con la “La magia de la palabra” se comprueba, una vez más, tu destreza con la palabra escrita. Qué maravilla de estilo. Mauricio Borja Ávila, Bogotá.
A mi juicio, las palabras son como un alumbramiento en la vida del ser humano; las amamos, las degustamos como un buen vino; también nos alegran la vida, y algunas veces son dolorosas. Pero ellas, fuertes y vigorosas, nos enriquecen y animan. Inés Blanco, Bogotá.
Como buen mago, expresaste en unas pocas palabras los efectos que con ellas se pueden obtener y el placer que, bien empleadas, pueden generar en los seres humanos. Estoy de acuerdo en que la palabra es el arma más poderosa que existe. Es lamentable que, como toda arma, pueda ser utilizada también para provocar mal en muchas ocasiones. Eduardo Lozano Torres, Bogotá.