Teresa Cuervo: una lección palpitante
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Fue mujer excepcional. Al lado de Carlos Cuervo Márquez, su padre –político, ministro, parlamentario, diplomático y hombre de letras–, aprendió hondas lecciones de vida. Viajera constante, se impregnó de cultura y de experiencias diversas y asimiló el movedizo y edificante mundo de la diplomacia. Cuando él murió en 1930, siendo embajador en Méjico, su hija sintió que el mundo se le había partido en dos.
Teresa Cuervo Borda, que a los veintidós años era una inquieta estudiante de pintura, sorprendió a la recatada sociedad bogotana de principios del siglo con la aparición, entre escandalosa y revolucionaria, de la primera mujer que en Colombia dibujaba desnudos. Ya desde entonces reflejaba un rasgo sobresaliente de su personalidad: la independencia y la audacia. En Méjico tomó ciases de pintura del maestro Armando Dreschler, con quien estuvo a punto de casarse, y allí forjó, entre la vida social y la labor artística, la sólida estructura para lo que sería en Colombia su desempeño como fundadora del Museo de Arte Colonial y directora, por espacio de 28 años, del Museo Nacional.
Luchando contra la penuria de las finanzas y los escollos propios de organizaciones en formación, esta dama intrépida, que no había nacido para la quietud, le ponía claridad a todo cuanto tocaba. La firmeza de su carácter y el sutil encanto de sus dotes femeninas le abrían las puertas de los gobiernos y el corazón de los hombres. Talentosa y culta, discreta y batalladora –e irradiando siempre ese charme francés que le hacía ganar admiraciones por todas partes–, Teresa fue la gran ejecutiva de su época, cuando la mujer apenas se atrevía a abrir el portón de la casa paterna.
En 1942 creó la Sociedad de Amigos del Museo de Arte Colonial. Conforme crecían las donaciones y progresaban las salas de artistas, el patrimonio cultural se afianzaba más en Colombia. Ella trajo la primera exposición de originales de Goya, Watteau, Pantoja de la Cruz, Bassano, Ribera y otras celebridades.
En 1944 fue invitada por Estados Unidos a intercambiar conocimientos con los bibliotecólogos, directores de archivos y de museos del país. Allí fue objeto de grandes homenajes y al cabo de varios meses regresó a Colombia con la riqueza de nuevos descubrimientos. Su nombre tenía trascendencia internacional.
En 1946 fue nombrada directora del Museo Nacional, cargo que desempeñó hasta poco antes de morir. Le correspondió transformar el antiguo Panóptico, donde eran guardados los mayores delincuentes del país, en templo del arte. Venció todos los obstáculos hasta lograr consolidar una obra inmensa, orgullo hoy de la nación. Teresa Cuervo Borda hizo de su apostolado una norma de vida. Y de su virtud, una lección palpitante.
A la muerte de su padre pasó por una dura época de estrechez económica, que resistió con fortaleza y dignidad. Era toda una dama, amable y encantadora, que derrotaba los infortunios con el temple de su alma. El recuerdo del gran amor de su vida, el capitán de barco Collins, de origen inglés, siempre la acompañó y la fortaleció. Poco antes de morir (a los 86 años) le pidió a Elvira, su sobrina predilecta –Elvira Cuervo de Jaramillo, la política de hoy–, que le bajara del armario unas cartas y unas fotos. Eran de Collins, que había continuado escribiéndole y amándola. Un dulce amor secreto, que Teresa se llevó a la tumba: dispuso que las fotos y las cartas fueran enterradas con ella, como así sucedió.
Varios gobiernos extranjeros la habían condecorado por su prestancia internacional. El nuestro le concedió en dos oportunidades la Cruz de Boyacá, en las administraciones de Carlos Lleras Restrepo y de Misael Pastrana Borrero.
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Al cumplirse en 1989 el centenario de su nacimiento, se unieron el Ministerio de Educación Nacional, la Fundación Beatriz Osorio, la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá, Salvat Editores y Villegas Editores, bajo el entusiasmo de Elvira Cuervo de Jaramillo, para rendir a la dama ilustre un hermoso homenaje en el libro que lleva por título Teresa Cuervo, el que cuenta con prólogo de Álvaro Gómez Hurtado. Su autor, Juan Luis Moreno Carreño, ha escrito, en galano y descriptivo lenguaje, la afortunada semblanza sobre esta mujer de alcurnia –descendiente de José Ignacio de Márquez y de Rufino José Cuervo– que es reconocida por la historia como la pionera del arte en Colombia.
El Espectador, Bogotá, 30-XII-1989.
Noticias Culturales, Instituto Caro y Cuervo, Nos. 46-47, enero-abril/1990.