Revista Quimera
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Señor Rafael Humberto Moreno-Durán, director de la revista:
He leído Quimera de pasta a pasta. La aparición del número 1 –edición colombiana que usted dirige– estuvo precedida de amplia publicidad, y por eso mismo, ya que a los colombianos nos gusta pensar al revés, le había cogido pereza al nuevo producto anunciado con tantos bombos y platillos. Usted es boyacense, como yo lo soy, y sabe que en nuestra tierra impera el mandato de la malicia indígena, ese instinto irrefrenable a no fiarnos del primer cuento, y en este caso de cualquier quimera.
Otras revistas, gacetas o magazines, o como quieran llamarse, han nacido a la luz pública con sonoros pregones, como ahora sucede con Quimera; y con sólo voltear unas páginas se descubre el mismo material trillado que se repite en la mayoría de publicaciones. Y además figura la misma nómina, o cofradía, o asociación oculta –pero visible a todo momento en las letras de imprenta– que se ha apoderado de los medios masivos de comunicación.
Hoy los llamados suplementos literarios de los domingos, con contadas excepciones, cayeron en la más deplorable monotonía, en la más tediosa red de exaltaciones mutuas. Las camarillas de escritores son antipáticas, y presuntuosas, y aislantes. Son fáciles para la egolatría y difíciles para la democracia de las ideas. Empobrecen la literatura. En ellas se vive más de humo que de fuerza creadora.
Por todo esto, que se deriva de mi experiencia de veinte años como escritor y comentarista de prensa, miraba con recelo el advenimiento de Quimera. ¿Resultará –preguntaba– otro círculo vicioso de «los mismos con las mismas»? Para no quedarme atrás de la moda, comencé a leer la revista. A la vuelta de las primeras páginas ya mis prejuicios estaban desvanecidos. Encontré temas novedosos, enfoques originales. El sentido ecuménico de la cultura saltaba por todas partes. Esto de hacer de lo local, lo cotidiano y pasajero, temas universales y consistentes, rompe los moldes tradicionales.
Quimera nace con inventiva. Tiene amenidad. Crea novedades, y esto no es fácil en el manido mundo de las letras. Hallazgos como el de la novela de John Kennedy Toole, o revelaciones como las de Mempo Giardinelli sobre intimidades inéditas de Juan Rulfo, o reminiscencias como las de Fernando Arbeláez sobre la bohemia de los cafés literarios de antaño, escriben una primicia. Descubrí, con la malicia del boyacense, que no se trataba de una quimera cualquiera. La revista reivindica la categoría intelectual y estética que le imprimió en España su fundador, Miguel Riera, hace cerca de diez años.
No estoy, por consiguiente, defraudado con el nuevo producto, y salgo enriquecido con la aventura. Si el espíritu de Quimera no decae, las letras colombianas pueden sentirse oxigenadas.
El Espectador, Bogotá, 26-XII-1989.