Bolívar y la universidad
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El nuevo académico de la Sociedad Bolivariana, doctor Jorge Enrique Molina Mariño, rector de la Universidad Central, disertó a su ingreso a la entidad sobre el significado histórico de Bolívar como promotor de la cultura y la educación universitaria. Recordó el doctor Molina, como introito de su excelente trabajo, esta frase estelar del discurso del Libertador en el Congreso de Angostura: «Moral y luces son los polos de una República».
Con tales conceptos libró todas sus batallas, las personales y las del Gobierno. Con la moral y la inteligencia derrotó la esclavitud de los pueblos e implantó el imperio de la democracia. Junto a los pertrechos cargaba siempre la imprenta como arma poderosa de sus escaramuzas guerreras. Y no se conformaba con la simple impresión de boletines sino que reclamaba de sus colaboradores pulcritud tipográfica y severidad gramatical. El periódico era para él medio insuperable de comunicación y de difusión de las ideas.
En sus correrías bélicas transportaba además buena cantidad de libros, que leía y estudiaba con la voracidad del autodidacto ejemplar que siempre fue. Dos de esos libros, El contrato social, de Rousseau, y El arte militar, de Montecuccoli –verdaderas joyas que le habían sido obsequiadas por el general Wilson–, pertenecieron a la biblioteca de Napoleón. Bolívar dispuso en su testamento que esos libros fueran entregados a la Universidad de Caracas, gesto con el que demostró su predilección por las universidades como guardianas de la cultura.
Fue fundador de varias universidades en los países por él libertados, y el inspirador de sustanciales principios y reglamentos que se encuentran consagrados en nuestros días. En su última estadía en Caracas proclamó normas de gran avance para la época, como la autonomía universitaria, la política de puertas abiertas, la participación de los estudiantes en la vida de la institución, la exención del servicio militar y de otras tareas que pudieran alejarlos de su función específica, la fijación de rentas seguras para el centro docente, el régimen de jubilaciones para el profesorado; y como hecho significativo, que pone de presente el interés que le merecía la educación, estableció como estímulo la jubilación anticipada para quienes escribieran o tradujeran libros fundamentales.
Exigía de los profesores que fueran maestros integrales y no simples transmisores de conocimientos. Fue enfático en el rigor académico y en las virtudes morales y cívicas, y anotó que la decencia, el decoro, la urbanidad, la cultura en el idioma, todo debe relucir en los maestros. Consideraba la universidad como el eje de la cultura nacional.
Hoy la universidad, corno lo lamenta el rector Molina Mariño, se ha desviado de aquellas pautas. La presencia de los estudiantes en los órganos de dirección es, en no pocos casos, abusiva y beligerante; muchas universidades han sido convertidas en arena de banderías políticas, y se echan de menos el acatamiento a las autoridades, el respeto a la ley, la consagración al estudio, el amor a la patria y un mayor interés por el desarrollo del país.
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Valioso y oportuno este enfoque del nuevo académico frente al pensamiento del Libertador. La universidad en general se ha desnaturalizado y ha dejado de ser centro respetable de las ideas y la superación intelectual. Hay que buscar en Bolívar la orientación para muchos de los vacíos de la época. Y recordar, si de educación se trata, que el Libertador no cesaba de insistir en que la ignorancia era terreno abonado para la muerte de la libertad y el florecimiento de la dictadura.
El Espectador, Bogotá, 30-XI-1989.