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Se necesita otra Gaitana

jueves, 10 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Timaná es un sonoro nombre indígena que golpea cual bruñido aldabón de finísimo metal, perenne y grave, en el severo portal de la historia. Rafael Gómez Picón

No era mucho el conocimiento que yo tenía sobre Timaná –el más viejo de los pueblos huilenses– hasta que ca­yó en mis manos la hermosa revista elaborada con motivo de los 450 años de vida del municipio. Fundada el 18 de diciembre de 1538, «la muy noble y muy leal Villa de San Calixto de Timaná» le recordó al país una de las historias más estremecedoras de la epopeya americana –que es preciso refrescar como símbolo de coraje y libertad–, la de la Gaitana, la brava cacica que se rebeló contra la tira­nía del conquistador español y rescató para los suyos y los pueblos de América la dignidad de su raza.

Esta mujer intrépida, que había presenciado el despojo de las tierras que laboraba su pueblo, a quien pisoteaban los usurpadores obligándolo a pagar tributos injustos y sometiéndolo a toda clase de vejámenes, un día padece la peor de las torturas: asistir al sacrificio de su hijo Buiponga, el joven Yalcón, que fue quemado vivo por orden del capitán Pedro de Añasco, como escarnio para los nativos. Horrorizada por tanta sevicia, su sentimiento se estremece entre aquella hoguera de la infamia y jura vengarse con igual ferocidad.

De ahí en adelante la Gaitana se vuelve fiera de la selva, rabiosa y sanguinaria. Explota en ella una pasión de orgullo, de odio, de liberación, de infinita venganza. Hasta el último gesto de dolor de su hijo se le ha ido a las entrañas, como un grito desolador, y le aviva el alma para hacerla heroína. Viaja por todas partes, lanza procla­mas, grita en las noches asustadas de su tierra herida, toca en todos los bohíos, empuja a los suyos hacia la re­belión. El enemigo responde con más atrocidades. La gue­rra continúa implacable.

Miles de indígenas pagan con su vida el costo de la de­mencia. El olor nauseabundo de los cadáveres atestigua la sangría permanente, de parte y parte. La refriega parece eterna. Son ejércitos inextinguibles, ciegos de furor, que no se muestran dispuestos a la rendición. Por esos campos camina el hombre americano, humillado y soberbio, en busca de la libertad.

Es América toda que se sacude en las tierras de Timaná, San Agustín, Pitalito, Isnos, Oporapa, Suaza, Saladoblanco, Tarqui, Acevedo… Hermosa región, enmarcada entre serenos ríos y majestuosos paisajes, donde ha prendido la chispa del odio para volver belicoso el espíritu.

Finalmente triunfan los indígenas. Es tanta su acometi­da, que desconciertan a los enemigos y los dominan. Pedro de Añasco es conducido desnudo, como botín de la guerra. La Gaitana lo quiere vivo para cobrarle su ho­rrenda acción. En presencia de la bestia, ella misma se vuelve bestia. Le saca los ojos. Luego le perfora la qui­jada con un cordel y lo conduce por toda la comarca para que los indios sacien en la víctima el encono por tanto tiempo acumulado. Añasco expira en medio de tremenda an­gustia.

Timaná es un tranquilo municipio de 25.000 habitantes cuya historia dantesca conmueve el espíritu. La Gaitana, fiel­mente interpretada por el escultor Eladio Gil Zambrano, protege el Parque Central. Una frondosa ceiba centenaria, al fondo, se levanta imponente como testimonio de este recio pasado de epopeyas. Municipio cálido y silencioso, marcha al unísono con la poesía ambiental que lo circunda. Parece que por allí no hubiera pasado la guerra.

*

Hoy, en este momento de perturbación colombiana, donde tantas injusticias se cometen, donde los suelos de la pa­tria se tiñen de sangre inocente, donde un reguero de muertos escribe uno de los capítulos más atro­ces de la crueldad humana, necesitamos otra Gaitana. La fiereza de su raza, que lo mismo se rebeló contra los impuestos abusivos, contra la opresión y el salvajis­mo, necesita resucitar de las imponentes estatuas que en Timaná y en Neiva –esta última del maestro Rodrigo Arenas Betancourt– recuerdan el ímpetu de la epopeya.

El Espectador, Bogotá, 10-XI-1989.

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Nota:

A raíz de esta columna me llamó el padre Fortunato Herrera, del Colegio Mayor de San Bartolomé, a manifestarme que el artículo le había proporcionado algunos datos para una novela que estaba escribiendo sobre la Gaitana. Además, le suministré algunos documentos sobre esta materia. Ignoro hoy, 23 años después (estamos en el 2011),  si el proyecto de la novela se llevó a cabo. Si algún lector tiene noticia sobre el particular, ojalá me lo haga saber. GPE

 

 

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