Aleph: una cita con la cultura
Salpicón
Por Gustavo Páez Escobar
La revista más vinculada con la provincia y que mejor interpreta el folclor nacional es, sin duda, Aleph. Fundada en 1966 por un inquieto grupo de estudiantes universitarios deseosos de buscar las fuentes del humanismo, ha desempeñado fructífera labor como promotora de los valores regionales. De la nómina fundadora sólo queda Carlos Enrique Ruiz, el insigne y tenaz director que ha difundido por los vientos de América —entre escritores, poetas y artistas en general— la imagen de la ciudad culta: Manizales. Haciéndolo, le ha dado entidad a Colombia como país preocupado por los afanes del espíritu.
Siempre me ha llamado la atención y me ha causado no poca intriga la perseverancia de Carlos Enrique Ruiz al frente de esta gaceta cultural —una de las mejor impresas de Colombia—, a lo largo de veinte años de duras batallas. Bien es sabido que estas publicaciones suelen tener vida efímera, y a veces mueren apenas en sus inicios, por falta de apoyo económico y bajo asperezas y sinsabores de todo orden. Permanecer por tantos años en circulación significa en nuestro medio un milagro de supervivencia. Habría que afirmar que el quijotismo es una marca de resistencia. Y sin él, el mundo se habría desintegrado por carencia de proteínas espirituales.
Cada nuevo número de Aleph significa una hazaña económica. Su director dijo alguna vez que nunca sabía cómo iba a financiar la edición siguiente. Y sin embargo, no se ha dejado vencer por el pesimismo. Es admirable su coraje para sostener, a pesar de las penurias y adversidades, esta cátedra de irrevocable vigor intelectual. Cuando se llega a esta categoría del espíritu es indudable que existe un liderazgo.
La revista, nacida bajo los augurios de un signo matemático, ha desarrollado su propósito de desentrañar los misterios del hombre mediante el ejercicio de la inteligencia. Ha entendido que la cultura es patrimonio de la comarca, donde nace, crece y se consolida, para trasladarse de allí a los centros, donde no siempre se conserva auténtica y por el contrario suele sofisticarse. Ha defendido el folclor —o sea, lo terrígeno— como la expresión natural del pueblo, y ha profundizado en las costumbres, las tradiciones y el modo de pensar de la gente como la razón de ser de la comunidad.
Todo esto revela capacidad intelectual y amor por el hombre dispensador de la vida artística. Y además hace resaltar la vocación humanista de un ingeniero —caso insólito— que logra, contra lo que es la norma común, inyectarle calor al frío campo de la cabalística. Ejemplo de veras aleccionante. Carlos Enrique Ruiz fue hasta hace poco director de la Biblioteca Nacional, lo que demuestra su apego a la cultura.
Aleph ha cumplido su destino cultural. Ha demostrado que es posible sobrevivir cuando hay entereza de espíritu. El folclor, lo vernáculo, lo auténtico —en síntesis, la provincia colombiana— ha sido y será la bandera perenne de este quijote moderno que desafía tempestades para sostener su imperio intelectual.
El Espectador, Bogotá, 18-I-1986.
Aleph, No. 56, enero-marzo de 1986.