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Raíces históricas de La vorágine

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Después de leer Raíces históricas de La vorágine, reciente libro de Vicente Pérez Silva publicado con auspicio de la Caja Agraria, el deseo inmediato es vol­ver sobre la novela del escritor huilense. La amplia documentación que ha reunido Pérez Silva, tomada de serios documentos históricos, revela los moti­vos que llevaron al novelista a dejar este testimonio sobre los sucesos que conmovieron al país en postrimerías del siglo XIX y comienzos del actual.

Esta relectura del drama de los caucheros en las sel­vas del Putumayo y el Caquetá queda ahora mejor explicada con el acopio de datos, muy bien concatenados y de rigurosa veracidad, del ensayista Pérez Silva, espíritu inquieto que vive indagando en las fuentes de la histo­ria la explicación de tanto episodio memorable de la vi­da colombiana. Con base en este acervo de investigación se entiende mejor el proceso de aquella versión novela­da que salió al público el 25 de noviembre de 1924, tres días antes de la muerte de Rivera en Nueva York.

Más que ficción, se trata de la pro­testa sobre los atropellos e iniquidades que soportaban los indígenas en el sur del país a manos de los dueños de la Casa Arana, de funesta recordación en la criminalidad mundial. La selva amazónica fue testigo de la crueldad que ejercieron aquellos bárbaros que explota­ban la fuerza de trabajo de los indios, pagán­doles cualquier ridiculez por el vigor de sus brazos en el laboreo del caucho, cuando bien les iba; y usurpándo­les las tierras y sometiéndolos a toda clase de tortu­ras, incluida la muerte, en el caso común.

La Casa Arana se disolvió el 19 de marzo de 1909. El país había quedado consternado con la cadena de atroci­dades cometidas. Tal era el poder de la casa asesina, que la justicia era un auxiliar del vandalismo im­perante. ¿Cuántos indígenas fueron exterminados bajo la ley del látigo, del garrote y la castración? Se habla de más de treinta mil. Genocidio pavoroso, que hoy estreme­ce la sensibilidad más dormida.

Rivera, en carta al magnate imperialista Henry Ford, le expresaba: «He tenido en mis manos fotografías de ca­pataces que regresaban a sus barracas con cestas o mapires  llenos de orejas, senos y testículos, arrancados a la indiada inerme, en pena de no haber extraído todo el cau­cho que le imponían los patronos».

Gran parte de los personajes de La vorágine son to­mados de la realidad, algunos con nombres propios. Un testigo de la masacre, que se hizo confidente del novelista, le narró los espeluznantes acontecimientos. Y Rivera, que conocía los límites fronterizos y a quien no le eran extraños los misterios y fascinaciones de la selva, encauzó la acción, valiéndose de su rica imagi­nación y su vena poética, hacia la que sería una de las tres novelas universales –junto con María y Cien años de soledad– más famosas de Colombia. Antes había leí­do diversos testimonios y escuchado muchas versiones sobre la tragedia amazónica. Con semejante bagaje, plasmó su obra maravillosa, un canto a la selva y a la tiranía del hombre.

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Pero la vorágine de ayer continúa viva en nuestros días. «Ya no es la vorágine de la selva que con mano má­gica nos describió Rivera -dice Pérez Silva-. Es la vorá­gine de la selva humana en que estamos sumidos. Ahora tam­bién nos debatimos, indiferentes o desolados, entre la ’selva del crimen’ y la violencia. Es la vorágine de la anarquía y de la injusticia; es la vorágine de la especu­lación y la usura que nos atrapa y nos consume sin tregua ni cuartel; es la vorágine de la codicia inhumana y del capitalismo desenfrenado que nos devoran inclementes en el diario discurrir de nuestras vidas…”

Este libro, valioso aporte a la literatura y historia colombianas, se vuelve esencial  para comprender la epopeya cauchera.

El Espectador, Bogotá, 26-VII-1989.

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Comentario:

Mensaje dirigido a Vicente Pérez Silva:

Celebro haber tenido el agrado y el honor de haberlo conocido por intermedio de mi caro amigo el escritor y pe­riodista Gustavo Páez Escobar. Acabo de leer Raíces históricas de La vorágine, un ensayo tan subyugante por su perfecta urdimbre, por el trabajo pa­ciente para sustentar con do­cumentos irrefutables la gé­nesis de nuestra gran novela. Esta obra lo muestra a usted como un investigador digno del más profundo respeto y ad­miración. Ya me habían con­tado en el Instituto Caro y Cuervo hace muchos años que usted era una autoridad cien­tífica. Ahora lo compruebo con enorme satisfacción. Más complacido quedé cuando lo­gré confirmar que usted le había dado la terminación a su ensayo tal como yo quería y lo intuí desde el principio. Me refiero a sus acertadísimas re­flexiones en la vorágine actual, porque ese espeluznante ho­rror de la violencia no cesa. Leer La vorágine y leer su ensayo es tomar partido contra el crimen, contra la indolencia institucional. Gracias por tan impactante trabajo y por su autobiografiado recuerdo que me honra. José Antonio Vergel, Agencia de Prensa Novosti, Moscú. (Mensaje publicado en El Espectador, Bogotá).

 

 

 

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