Nuevos rumbos en Colcultura
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La directora de Colcultura, Liliana Bonilla, expone a las periodistas Marisol Cano Busquets y Poly Martínez (Magazín Dominical, 13-XI-88) nuevas políticas para el manejo de la cultura nacional. Hasta hace poco, en la dura administración de Carlos Valencia Goelkel, existía el criterio de que la cultura debían hacerla los particulares, y el Estado encargarse de encauzar las iniciativas privadas. Era un concepto aislante, y así los escritores y artistas se vieron marginados de los programas oficiales. Aunque siempre han vivido en precarias condiciones, el rigor se acentuó bajo esa regla.
Ahora, en la nueva etapa, Liliana Bonilla define una presencia más dinámica de la entidad en la orientación y estímulo que necesitan los creadores del arte. Estas declaraciones hacen recuperar el liderazgo que le corresponde asumir a Colcultura. Lo cual no excluye el concepto de la iniciativa privada (que se ha hecho evidente en importantes realizaciones), unido al de la descentralización regional, para que la cultura consiga mayor impulso e independencia, pero siempre bajo la protección económica del Estado.
Se ha advertido en los últimos tiempos un notorio debilitamiento de las partidas oficiales para atender las necesidades de la cultura. Con un presupuesto de 500 millones, el actual, apenas se pueden sufragar gastos elementales. Se salta a 1.300 millones en el presupuesto del año entrante, lo que significa un avance significativo, aunque de todas maneras la contribución es anémica. No llega al uno por ciento del presupuesto total de la nación.
La cultura no puede continuar siendo la gran desheredada de los gobiernos. No puede funcionar como entidad de beneficencia. Pueblos avanzados son aquellos que estimulan la creación, buscan y defienden las raíces espirituales del pueblo, preservan el patrimonio común de la nación. Al Estado le corresponde no sólo promover las actividades culturales sino convertirse en patrocinador de quienes consagran su vida al cultivo del arte.
No se concibe un pueblo grande sin escritores y poetas. Ellos, los supremos memorialistas del tiempo, son quienes rescatan para la posteridad las lecciones de la historia; quienes se meten en el alma de la gente para traducir sus angustias y esperanzas; quienes se vuelven brújulas de la humanidad y le proponen las metas del progreso. Sin artistas no habrá nación culta. Los pueblos incultos están condenados al fracaso. Pensemos por un momento en Grecia, la nación más desarrollada de la antigüedad, gracias a sus escritores y poetas, que dejó para el mundo pirámides de civilización.
Colcultura, que nació en el gobierno del doctor Carlos Lleras Restrepo (como tantas obras suyas de verdadera proyección), ha cumplido una vasta labor. Siempre escasa de recursos –más cuando algunos gobernantes no saben entender la trascendencia de la cultura–, ha salido adelante en su papel de orientadora de las inquietudes culturales de la patria.
Bajo su auspicio se han fundado numerosas casas de cultura en la provincia; se ha protegido el patrimonio aborigen; se ha impulsado el arte dramático; se ha estimulado la pintura; se ha creado mayor vocación musical; se han rescatado valiosos libros de la literatura nacional y se ha favorecido (en otros tiempos más que en los actuales) el nacimiento de nuevos escritores.
Todo eso ha sido importante, pero no suficiente. Falta mayor participación de la provincia. Es necesario que el país se descentralice culturalmente. Que los recursos presupuestales lleguen más a las masas. Que se regrese al libro popular, aquel de los tres pesos en su época, ideado por Jorge Rojas y que ha hecho más lectores en Colombia. El reparto cultural debe ser más pródigo. La cultura debe ser universal, jamás estrecha ni excluyente. Liliana Bonilla sabe interpretar tales urgencias en el reportaje a que alude esta nota, en el que señala pautas claras y vigorosas para buscar mejores derroteros.
El Espectador, Bogotá, 28-XI-1988.