El mono degenerado
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Jorge Roos mira al siglo XXI. Es un destacado humanista uruguayo residente en España desde 1955 –y que trabajó en una emisora bogotana en los difíciles años que siguieron al 9 de abril–, autor de decididas campañas sobre la causa de los animales. Sus escritos, de hondo sentido cultural y filosófico, se abren campo en los países latinoamericanos. En Europa se difunden con creciente interés. Acaba de salir en España, publicado por Progensa (Madrid), una reedición de su Mono degenerado, donde sustenta, junto con otros dos libros anteriores que recoge en el mismo volumen, su tesis sobre la degradación de la vida en postrimerías del siglo actual.
Roos, situado frente a la neurosis colectiva que se ha apoderado del planeta, cataloga la ferocidad del individuo como uno de los factores más determinantes del terrorismo universal. Si la raza humana proviene del mono –y todos nuestros actos son por consiguiente simiescos–, nunca como ahora ese mono se ha degenerado. Pero es preciso redimirlo y hacerlo sociable.
Los escritos de Roos mueven las fibras más sensibles del espíritu y buscan suprimir todo tipo de violencia. Sus tesis causan impacto y abanderan movimientos por los derechos de los animales, los seres más vilipendiados en esta ola de vandalismo. En Nueva York funciona la Asociación Latinoamericana en Defensa del Animal, que preside Gladys Pérez y cuenta con la estrecha colaboración de la periodista y escritora colombiana Gloria Chávez Vásquez.
La campaña combate los tratamientos inhumanos de que son víctimas los nobles brutos, sobre todo en los países que se dicen civilizados. Las corridas de toros, uno de los espectáculos de mayor incitación de masas y productoras de fuertes divisas, son manifestaciones de barbarie que se ofrecen al público con el falso rótulo de actos culturales. Primero se consagra el rey de la fiesta y después se le asesina con sevicia. Y antes se le ha sometido a toda clase de vejámenes, como untarle vaselina en los ojos, colocarle tacos de algodón en narices y garganta, y agujas dentro de los testículos, para que se enfurezca y rinda más.
En España, sede de las Olimpiadas de 1992, se ofrecerá el mayor circo de sangre con las monumentales corridas que desde ahora se preparan para celebrar los 500 años del Descubrimiento de América. ¡Qué horror!
Cuenta Roos que todavía hay lugares donde se pinchan con alfileres los ojos de los canarios para que, al quedar ciegos, canten mejor. En los laboratorios se somete a los animales a transplantes, amputaciones, cirugías cerebrales, sondeos monstruosos e innúmeras torturas, hechos que se repiten una y mil veces, mecánicamente, sin ningún asomo de piedad. Es un fraude científico criminal que no aporta ningún avance a la medicina pero que se sigue practicando con saciedad maniática.
¿Y qué decir de los gallos que se colocan vivos en una cuerda floja para que el público los degüelle en las fiestas de San Pedro; o de las focas a las que se arranca la piel antes de morir para que ésta no se estropee y dañe el negocio; o de los caballos que entre sofocos, hambre, sed e insoportable esclavitud deben arrastrar, con los huesos al aire y la miseria galopante, el carruaje del suplicio?
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El hombre capaz de estos salvajismos no puede ser decente. Por eso, el mundo es violento. La guerra es consecuencia de la deshumanización del individuo. El hombre contemporáneo es un monstruo. Un mono degenerado.
“El verdadero equilibrio –dice Jorge Roos– sólo puede comenzar a tener vigencia cuando se logre eliminar la crueldad, que es la que produce su opuesto, el desequilibrio”.
El Espectador, 7-I-1989.
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Misiva:
Le agradezco de todo corazón la generosidad de sus palabras y su clara identificación con esos conceptos. Noble gesto el suyo y lo aprecio de verdad. Hacen falta vitalmente, no particularmente, estas sino todas las ideas y definiciones correctas, destiladas gota a gota, que logren inspirar una nueva conducta a la sociedad humana en general. Jorge Ross, Madrid (España), 28-I-1989.