La carrera diplomática
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El nombramiento de los primeros siete embajadores de carrera en toda la historia de Colombia constituye un acierto del presidente Barco y el canciller Londoño Paredes. El manejo de las relaciones internacionales no se puede improvisar y exige alta especialización y vasto conocimiento del complejo mundo de la diplomacia, lo que solo se logra con experiencias y veteranía.
La dorada diplomacia se ha prestado para pagar servicios personales y satisfacer las ambiciones del clientelismo. Ha sido norma tradicional, que ahora se interrumpe con excelente criterio, la de premiar las lealtades políticas o las simpatías personales con la asignación de confortables embajadas, sin tener en cuenta si el elegido posee las condiciones de idoneidad para representar bien al país.
En la misma forma como se hacen nombramientos a porrillo en cada cambio de gobierno, con el afán de cubrir cuanto antes las más sobresalientes casillas diplomáticas y consulares, se ha desconocido el mérito de quienes han consagrado su vida al aprendizaje de tan delicada actividad. Un precedente honroso es el del propio canciller, que conquistó la alta jerarquía por sus propios méritos, después de largos años de trayectoria y pericia en el campo de las relaciones internacionales.
El promedio de servicios en el Ministerio de Relaciones Exteriores de los nuevos embajadores es de 32 años. Uno de ellos lleva 45 años de labores continuas, y el de menos tiempo tiene 23. Todos desempeñan sus posiciones con lujo de competencia, luego de haber pasado por diferentes responsabilidades.
En Colombia, sobre todo en la rama oficial, suele subestimarse la experiencia. Cuando el funcionario es antiguo, se le mira con desdén y se acostumbra arrinconarlo como a los muebles viejos. Se le considera ineficiente, porque sí, y llega a significar una carga o una incomodidad para la empresa, que más a la moda se siente, aunque sea más improductiva, con la gente joven e inexperta. Se confunde la antigüedad con la decrepitud. Y olvidan, quienes así piensan, que la experiencia es la mayor fuente del conocimiento.
Los japoneses, que quedaron hundidos tras la guerra, aprendieron a utilizar la maestría de los trabajadores y por eso son hoy los líderes de la industria en el mundo. Ha dado un buen paso la Cancillería. Imita a los japoneses y sigue el ejemplo de florecientes empresas del sector privado que estimulan la experiencia y consideran al trabajador veterano el capital más valioso para el progreso.
El Espectador, Bogotá, 24-VIII-1988.