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La dura cartera de Chepito

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

El maletín es elemento indispensable para el ejecu­tivo moderno. No tanto para transportar papeles como pa­ra ostentar distinción. Empresario que se precie debe exhi­bir su cartera ejecutiva en legítimo cuero, dinámica, pu­lida, con broches dorados y de modelo original. Este uten­silio imprime categoría. Es símbolo de poder.

Parece copiado del carriel antioqueño, concebido como un misterioso escondite de influencias y milagros y donde se cargan desde talismanes hasta escapularios, desde cru­cifijos hasta barberas, desde dados hasta billetes de ban­co, desde cartas de amor hasta letras de cambio, en extraña mezcla de amor y dinero, de religión y suerte, de aventura y poderío.

También Chepito consiguió su cartera. Miró hacia todas partes y supo que un cobrador sin pinta, o sea, sin buen perfil para impresionar al deudor, no valía la pena. Por lo tanto, al día siguiente adquirió el último modelo y con él se fue, como los paisas, por las polvorientas sen­das colmadas de culebras y peligros.

Para que su apariencia produjera mayor impacto, se vis­tió de sacoleva y sombrero de coco. Aprendió a caminar con garbo. En corto tiempo dominó los ademanes del cachaco bogotano, o sea, a saludar con vigor, apretar la mano con fir­meza, lanzar exclamaciones de júbilo en el encuentro, preguntar por Margarita y los chinos, invitar a almorzar y nunca cumplir, y en síntesis, a mezclar la cortesía con la falsedad. Y se lanzó en persecución de los deudores moro­sos, que crecen como langostas y se ocultan como culebras, y cuyos mayores recintos son los salones de los clubes y las lujosas oficinas.

Por algo a las deudas vencidas se les llama culebras: por lo venenosas y escurridizas. Para asediarlas y matarlas está Chepito. Con sus códigos de urbanidad y sus técnicas de acorralamiento logra que los evasivos deudores, antes de penetrar al club, le cancelen la deuda contraída cinco años atrás. El sicólogo que hay en Chepito sabe que el sonrojo social,  sobre todo en las altas esferas que todo lo simulan y todo lo deben, es el mejor remedio para curar la amnesia de las deudas.

El maletín cobrador comenzó a llenarse de recuperacio­nes fantásticas. Y Chepito se volvió el hombre más solicitado en la vida de los negocios. Como ya era insuficiente para tanta demanda, llegaron otros Chepitos. La época los pedía. Entre idas y venidas, sonrisas afectadas y categó­ricos apretones de mano, los nuevos ejecutivos comprobaron que a la mayoría de la gente no le gusta pagar: necesita su Chepito.

Pero como la institución de los Chepitos comenzó a mo­lestar a los abogados, fue demandada. Y el cerebro de la organización se fue a la cárcel. Se aduce que su activi­dad es ilícita. Un deudor mató, por persistente y enloquecedor, a su Chepito de cabecera. No resistió tanta venia y tanto hostigamiento y le propinó el golpe de gracia.

Yo no sé si es ilegal la profesión de los Chepitos. De lo que sí estoy seguro es de que no se acabarán por más que se les persiga y se les enchiquere. Mientras haya deudo­res resbalosos como las culebras, habrá Chepitos. Si sus métodos producen tortura mental, también son más eficaces, en casos extremos, que las severas cartas de las empresas y las acciones en los juzgados. Tampoco desaparecerán a tiros.

*

El engaño, el fraude, la picardía, el chanchullo, la trampa, la farsa, la tramoya, el tapujo, el cubileteo…  –¿quieren más?– agrandan las carteras de estos cobradores refinados, de ademanes cultos y sistemas punzantes, crea­dos por el incumplimiento de los colombianos.

Chepito es un dedo acusador. Una llaga en la concien­cia. Por consiguiente, continuará vivo. Y como todo ejecu­tivo que se estima, su cartera es impecable.

El Espectador, Bogotá, 17-X-1988.

 

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