Carlos Calderón Reyes: político y humanista
Por: Gustavo Páez Escobar
El paso del tiempo suele desvanecer la marca de los hombres ilustres. Hay quienes fueron en su época líderes de la política, la diplomacia o las humanidades y quedaron vinculados a la Historia como promotores de episodios sobresalientes; quienes se distinguieron por servicios especiales a la región nativa o al país en general; quienes se convirtieron en personajes claves de un proceso nacional.
Tal el caso de Carlos Calderón Reyes, cuya figuración en la vida colombiana de finales del siglo pasado y comienzos del presente, cuando comenzaba a afianzarse el sentido de nuestra democracia, fue relevante. Conforme avanzan los años, más tiende a oscurecerse el recuerdo de esas actuaciones. Es preciso, entonces, que los historiadores se encarguen de refrescar la memoria de las nuevas generaciones con el análisis de esas vidas meritorias, de su significado histórico y de su implicación en los hechos sociales de la nación.
Ese objetivo respecto del personaje de que se ocupa esta nota lo cumple con buena fortuna la historiadora Miryam Báez Osorio en el libro que ha titulado Carlos Calderón Reyes, caudillo y constituyente de 1886, publicado en Tunja, con el patrocinio de la Beneficencia de Boyacá y la Casa de Cultura de Soatá, en 1986. La ensayista, basada en fuentes serias de investigación, acumula los perfiles más notables de la personalidad de Calderón Reyes y logra el retrato fiel de quien ejerció poderoso influjo en la administración de Boyacá y del país desde diferentes posiciones e inspirado en nítidos propósitos humanitarios.
Carlos Calderón Reyes nace en Soatá en 1854. Es hermano del presidente Clímaco Calderón Reyes (nacido en Santa Rosa de Viterbo) y sobrino de Aristides Calderón, presidente del Estado Soberano de Boyacá. Estudia Derecho, Ciencias Morales y Políticas en la Universidad Nacional, disciplinas que le permiten avanzar, como lo hizo a lo largo de su fecunda trayectoria humana, en el manejo político del Estado.
Desde joven ocupa importantes cargos en la administración de Boyacá, y más tarde, a medida que se estructura su personalidad, será delegado de Boyacá ante el Consejo Nacional Constituyente, ministro del Tesoro en el gobierno de Caro, ministro de Hacienda en el gobierno de Sanclemente, más tarde ministro de Relaciones Exteriores y diplomático. Toda una gama de experiencias que harían de él, aparte de avanzado representante de su comarca boyacense, gran conocedor de los asuntos públicos del país.
Se dedica, además, al periodismo. Es una actividad que cultiva desde su mocedad. En el periódico La Nación se desempeña como vigoroso editorialista político. Su mente es clara y su estilo, polémico. Promueve candentes debates en torno a la Constitución del 86, en la cual, como senador de la República, toma cartas decisivas. Profundo admirador de Núñez, a su lado se hace mentor del ordenamiento jurídico que hoy nos rige.
Es hombre polifacético y desconcertante. A todo le saca tiempo. Se vuelve experto en múltiples y complejas cuestiones del quehacer nacional. Lo mismo se mueve en las leyes constitucionales, tal vez su mayor fuerte, que en la economía, la educación, la salubridad o la agricultura. Su servicio a la comunidad preside toda su dinámica vital. Le preocupa la salud del pueblo.
Combate las enfermedades infecto-contagiosas, como la viruela, lo mismo que la invasión de langostas, que produjeron terribles estragos en las sementeras de Boyacá. Se compromete en decididas cruzadas por la recuperación de las tierras baldías. También es abanderado de la industria manufacturera y la explotación de minas en el municipio de Samacá.
Dueño de sólidas capacidades intelectuales, se revela como prosista de estilo claro y ágil. Aparte de numerosos artículos de prensa, que elabora con fluidez y espíritu de combate, deja varios libros publicados: El papel moneda, Núñez y la Regeneración, Verdaderas causas de los sucesos de Boyacá, La cuestión monetaria en Colombia, y no se conforma con sus actividades como hombre de Estado: es también catedrático de jurisprudencia en las Universidades del Rosario y Nacional. Su ingreso a las Academias de Historia y de la Lengua resulta la refrendación de una carrera acendrada en el ejercicio de las letras y la democracia.
Posee enorme sentido de la moralidad. Recuérdese que se había graduado en Ciencias Morales, cátedra que en aquellos tiempos significaba un imperativo de la formación. En sus escritos de prensa arremete contra los despilfarros públicos y los abusos del poder. Legisla sobre la propiedad intelectual, la pena de muerte, la inviolabilidad de la correspondencia, la creación de nuevos departamentos, los asuntos religiosos.
Es un temperamento en permanente combustión de ideas. Su tiempo se caracteriza por un agitado clima de malestar social y político. Le corresponde actuar, en la separación de Panamá, como ministro de Hacienda y recibir, en consecuencia, encendidas polémicas. El país estaba convulsionado por hondos sucesos bélicos, y él se desempeña como pacificador. Su humanismo no le permite ser violento.
Las acciones de Carlos Calderón Reyes en la vida pública colombiana son de absoluta entrega a la causa del hombre. Es líder avanzado para su época. Pocas personas tan batalladoras, influyentes y productivas como él. Pasa por las mayores posiciones de la administración pública y en todas deja testimonio de su carácter emprendedor. No se conforma con ser un político más, que lo fue en el mejor sentido de la acción y la moral, sino que deja huellas firmes como escritor, periodista, legislador y académico. Muere en Bogotá, realizado y cubierto de gloria, en septiembre de 1916.
Su propia patria chica, Soatá, ignora hoy la trascendencia de su obra. No conoce la dimensión de su vida luminosa. Falta en su pueblo un bronce consagratorio de su nombre. Falta que en escuelas y colegios se divulguen las virtudes del hombre público que consagró su existencia al bienestar de la comunidad, y del humanista que escribió para las futuras generaciones sabias y fértiles enseñanzas.
Repertorio Boyacense, Academia Boyacense de Historia, N° 322, Tunja, julio-diciembre de 1988.