El cuy, un sufrido personaje
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Mamífero originario de Suramérica, su procedencia se remonta a 5.000 años. Por más que se le sacrifica en grandes cantidades como el plato más apreciado del sur de Colombia, del Ecuador y Perú, ahí lo tenemos vivito y coleando. Parece que con sus bigotes nerviosos y sus ojillos vivaces se riera de sus verdugos. Esa fue la impresión que tuve cuando lo vi tendido en el campo de batalla, rodeado de ají, papa, palomitas de maíz y espumosa cerveza.
Me quedó cierto remordimiento por haberlo devorado con tanta avidez (los lectores estarán creyendo lo contrario, como se piensa de la gente del interior del país), y por eso me propuse estudiar sus orígenes y su personalidad. Buscando y preguntando, encontré el libro preciso: El cuy (cavia porcellus), de los zootecnistas Margarita Ortegón de Morales y Fernando Morales Alarcón. Libro que no sólo contempla la parte genética del noble roedor sino también las técnicas para su conservación y explotación como fuente de proteínas y de dinero.
Comencemos por el nombre. Se le llama cuy, o cui, o cuie, o curí, por los sonidos que produce. También se le conoce como guanco, jaca, cobayo o conejillo de Indias. No es un animal cualquiera. La rata sólo es rata. El cuy tiene dignidades. Cuando el macho corteja a la hembra, camina con discreción y suavidad detrás de ella y le declara su amor con este sonido: cuic, cuic, cuic. Y ella, lisonjeada y seducida, le contesta: cuic, cuic, cuic.
Después sucede lo que tiene que suceder. Y el mundo sigue adelante, ardoroso y superpoblado. Por eso, es posible saborear estos platos típicos nacidos de un momento de amor.
El cuy no está emparentado con la rata. La detesta. No se pueden cruzar sexualmente. Se rechazan, y con esto se dice todo. Si una rata se va detrás de un cuy diciéndole cuic, cuic, cuic, éste la manda al carajo. Se atusará los bigotes y le demostrará que su cuna es superior. Es dócil y despierto. No tiene la agresividad ni la traición de la rata. Bien entrenado, se convierte en simpática mascota. Se trata de un ser casero y sociable que, si no fuera animal, sería un muñeco de felpa. No muerde a las personas. Estas, en cambio, lo muerden y lo trituran.
Es paciente, y cuando se le trata mal, responde con resignación. Da con su ejemplo lecciones de reciedumbre a la humanidad. Las hembras poseen un carácter dulce y reservado, lo mismo que las encantadoras pastusitas. Es aseado. En las casas de habitación reside como un miembro más de la familia. Pero como el hombre es voraz, se lo come.
Cuando los cuyes se olfatean la parte posterior, la olfateada (hay que suponer que es una bella hembrita) emite chorros de orina para ahuyentar al atrevido. Si se ve acosada, escarba la cama y se la arroja al atacante con el dorso de la mano. Me imagino que las mujeres están aprendiendo, con estas actitudes cuyescas, a proteger su integridad.
Cuando dos machos se disputan una hembra, se enfurecen, se pelean y entonces sí se muerden (asuntos de carácter). La riña termina cuando uno ha quedado en posesión de la reina. Lo anterior se evita dejando un macho para cada 8 hembras. Nos ganan por una: a los hombres nos corresponden 7 mujeres en este mundo desproporcionado.
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La cuyicultura es una industria productiva en el sur del país. Se surte con la explosión demográfica del sufrido personaje y con los apetitos desbordados de nativos y turistas. Se dice que el cuy posee poderes afrodisíacos (lo que a mí no me consta). A un pastuso le pregunté si esto era cierto. Me contestó que no, que tal vez, que no estaba seguro, y luego sorprendí en él una sonrisa maliciosa. En seguida le averigüé por el número de hijos y me repuso muy ufano: 8. Asociando ideas, me pareció percibir en el ambiente un ruido revelador: cuic, cuic, cuic…
El Espectador, Bogotá, 21-IV-1988.
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Misiva:
Queremos agradecerle la especial deferencia de su Salpicón del 21 de abril, al hacer esa fabulosa mención de nuestra obra, esfuerzo personal de casi 20 años de trabajo e investigación. Y lo queremos felicitar por su magnifica columna. Es maravillosa. El artículo causó revuelo en Nariño y en muchas partes del país, atestiguado por numerosas llamadas. Fuera de la sorpresa, justo es decirlo, nos llenó de orgullo, ya que muy pocas personas se interesan por el esfuerzo de los técnicos y menos recibimos apoyo desinteresado y pronto. Nuestra obra está debidamente registrada. Margarita Ortegón de Morales, Fernando Morales Alarcón, San Juan de Pasto.