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El rompecabezas bogotano

martes, 1 de noviembre de 2011

Salpicón

Por: Gustavo Páez Escobar

Mucho es lo que el alcalde dis­trital, doctor Julio César Sán­chez, ha hecho en materia sani­taria y de pavimentación de vías. Mucho, también, en sistemas de seguridad. Pero los huecos, el desaseo y la inseguridad son abismos de nunca llenar. Mien­tras las avenidas más importan­tes fueron sometidas a rápidas y eficientes reparaciones, las calles secundarias han quedado des­cuidadas.

Los automotores tienen que hacer toda suerte de maniobras para salvar obstáculos y no de­sintegrarse entre las trampas mortales. Huecos por doquier,  causados por el pavimento de­teriorado, el robo de las tapas de las alcantarillas y las obras in­conclusas, convierten a Bogotá en una tronera gigantesca.

Las basuras son un dolor de cabeza. Este centro explosivo, con cinco millones de habi­tantes, no resiste más desperdi­cios. Los equipos recolectores se quedaron rezagados frente al ímpetu demográfico. Los grandes basureros son ya incapaces para recibir tantos desechos, y para suplir a medias esta alarmante deficiencia, muchos lugares, so­bre todo en los barrios pobres, están convertidos en muladares públicos, con los consiguientes riesgos para la sa­lud de los vecinos y de toda la ciudad. A todo esto se agrega la irregularidad con que se hacen los recorridos y la forma defectuosa como se asean, o mejor, se desa­sean, los frentes de las residen­cias.

La semaforización, que se ha tecnificado con los adelantos de la era sistematizada, no logra sin embargo realizar todas las es­trategias deseadas. Los infartos del tránsito, comunes durante todas las horas del día, son casi siempre consecuencia de semá­foros mal programados, de otros que dejan de funcionar o senci­llamente de los que no se han establecido; esto para no hablar de la dictadura de los conducto­res.

¿Quién adelantará una real campaña contra el abuso del pito? El mal genio de los bogotanos tiene salida impulsiva por este diabólico instrumento que está acabando con los nervios y la tranquilidad ciudadana. Bogotá es ciudad de sordos y neu­rasténicos. Todos quieren abrirse campo a pitazo limpio, a manotazos y zancadillas.

La inseguridad es el mayor lastre de la populosa metrópoli. Es el reto número uno del país. El gangsterismo se apoderó de las ciudades. En cuanto a Bogotá se refiere —una de las urbes más peligrosas del mun­do—, hay que reconocer el esfuerzo de las autori­dades por reprimir el avance de la delincuencia.

Los CAI, uno de los adelantos más significativos de la actual administración, han demostrado hasta qué punto es posible conseguir soluciones cuando existe voluntad de ser­vicio. Esta red policial es hoy el mayor sistema de vigilancia y represión delictiva y además se ha convertido en ornato de la capital.

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En Bogotá no todo, desde luego, es negativo. También hay avances ponderables. La enumeración de estos males es una manera de colaborar para el progreso. Todos debemos con­tribuir a ese propósito: el Alcalde, en su puesto; el periodista, desde su tribuna de opinión, el ciuda­dano, con su aporte cívico. El civismo, por desgracia, anda hoy de capa caída.

Algunas entidades ponen de pronto su grano de arena. Pero la ciudadanía en general es indiferente, aunque se queja a toda hora, de los pro­blemas públicos. Al alcalde o alcaldesa del ma­ñana próximo, cuya efigie refulge por todos los sitios de nuestra inmensa urbe descuadernada, le corresponderá enfrentarse a este indescifrable rompecabezas ca­pitalino. Rompecabezas difícil de armar.

El Espectador, Bogotá, 9-II-1988.

 

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