El regreso de Laura Victoria
Por: Gustavo Páez Escobar
(Prólogo del libro Actualidad de las profecías bíblicas)
Laura Victoria reside en Méjico hace 48 años. Y allí piensa morir. «Estoy muy unida a México con vínculos indisolubles, pero mi corazón y mi mente están en Colombia», expresa en reciente reportaje que me ha concedido. En la mejor época de sus éxitos literarios —año de 1939— tuvo que cancelar sus giras internacionales, en las que los públicos latinoamericanos colmaban los teatros para aplaudir su vibrante poesía amorosa, y más tarde se vio precisada a radicarse en el país azteca, que la acogió con alborozo, como dolorosa solución para proteger la patria potestad de sus hijos dentro del insuperable conflicto conyugal que, a cambio del amparo de sus afectos maternales, la hizo huir de Colombia.
Por defender su sangre, Laura Victoria abandonó su patria. Sacrificio inmenso, que mide el corazón de la madre. A su hijo Mario le manifiesta:
¡Pobre hijo mío, que heredaste mi alma
soñadora, romántica y enferma;
tú ignoras que con lágrimas de sangre
abonan sus jardines los poetas…!
Y a su hija Beatriz —con el tiempo la célebre Alicia Caro del cine mexicano— le escribe en 1935 desde un hospital de Nueva York, cuando la lucha matrimonial era implacable:
… Yo gritaré a lo lejos
que te adoré como ninguna madre
haya querido su pedazo de entraña,
así como aman las tigresas
al cachorro indefenso,
con alma, con dolor, con ambiciones…
Laura Victoria sufre dolor de patria desde hace 48 años. Ausencia pronunciada que hace de ella una heroína del destierro. Sueña, en sus anchas soledades dentro de su silencioso apartamento de la avenida Coyoacán, con Colombia, sus paisajes, sus climas, sus ríos, sus regiones, sus costumbres y su gente, como el amante se deleita y padece con el recuerdo del ser distante. Su Canto a Colombia tiene acento estremecido:
Lejos de ti no saben
el pan ni la alegría;
no hay aliento tan puro
como el de tus montañas,
ni abrazo más inmenso
que el de tus cordilleras...
Pero ahora está de regreso. Volverá por breve temporada si no se interponen nuevos inconvenientes, como viene sucediendo en los tres últimos años. Todos los preparativos para su encuentro han quedado destrozados, y ya nos resignamos a recibirla sólo en los pliegos de la correspondencia. Sus cartas son prometedoras, pulsadas además con firme y hermosa caligrafía, como si en cada línea y en cada rasgo imprimiera una afirmación vital, un signo de vuelo. La amiga lejana, que siempre viaja y nunca llega —caminante pertinaz en otras épocas—, sin embargo ha permanecido con nosotros. Su poesía y sus emociones recorren las llanuras y las cumbres colombianas como una golondrina vibrátil.
Acaso muchos de las nuevas generaciones no conozcan, en la era actual de rapidez y poca profundidad, la grandeza poética de esta cantora del amor, la añoranza y la angustia; habrá que perdonarlos, porque el mundo se volvió superficial y ajeno entre la frivolidad y la deshumanización que marcan los tiempos modernos.
Laura Victoria regresa a Colombia en alas del espíritu. Aquí la tenemos, afirmativa y penetrante, en las páginas de este libro. Para escribirlo se consagró durante largos años al estudio de los grandes exégetas tantos judíos como cristianos. Para Boyacá es un honor y una fortuna que la obra, inédita desde hace 16 años, vea la luz en nuestra tierra como homenaje a la insigne pensadora soatense, la juvenil cantora de los dátiles y las tardes morenas en años remotos, que hoy, tras la prolongada espera, reaparece en Colombia con su mensaje bíblico.
El jesuita Óscar González Quevedo, el mejor parapsicólogo de habla hispana, doctor en teología y en Sagradas Escrituras, manifiesta elevado concepto sobre este libro trascendente y diáfano, esplendoroso y revelador; y que según lo confiesa, lo ha hecho pensar. Abundando el sacerdote en elogios sobre la escritura de la obra, habla del «estilo bello y escueto» como la manera de definir la erudita sencillez, impregnada de poesía, con que el trabajo ha sido elaborado.
Habrá sorpresa por el viraje de Laura Victoria de la poesía amorosa sensual, campo que en los años treinta la coronó de gloria tanto en nuestra patria como en los países americanos, al estudio de las profecías bíblicas. Pocos saben que, cumplida su estremecedora poesía erótica, se entregó al cultivo de la poesía mística, de la que posee también un libro inédito. Sus raíces religiosas le llenaron el espíritu de éxtasis divino y la llevaron a consentir, en la época de su madurez, tan exigente género lírico, cual otra Teresa de Jesús, Juana Inés o Francisca Josefa del Castillo.
El misticismo, que es la sublimación del amor, compromete el alma en el encuentro con Dios. A esa compenetración se llega cuando se ennoblecen los sentimientos y se entiende que el amor, la suprema creación que une a los hombres, significa vida y espíritu. No debe extrañarse, por consiguiente, que esta delicada cultora del amor romántico, que llenó de susurros el alma de los colombianos —triunfadora en los Juegos Florales de 1937—, convirtiera su producción sensual en puente para descubrir el lenguaje místico. Siendo la religión «noticia, belleza y reflexión», como la califica el jesuita arriba mencionado, representaba terreno seductor para quien no sólo tenía convicciones religiosas sino además vena romántica y ansias de sabiduría. A esto conduce el amor idealizado.
Los libros poéticos de Laura Victoria se encuentran agotados hace mucho tiempo. Son ellos: Llamas azules (Bogotá, 1933), Cráter sellado (Méjico, 1938) y Cuando florece el llanto (España, 1960). Con Gabriela Mistral, Juana Ibarbourou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Rosario Sansores conforma la generación de mujeres iluminadas que escribieron la más bella poesía amorosa del mundo latinoamericano.
«Recibió usted —le dice el maestro Guillermo Valencia— el don divino de la poesía en su forma la más auténtica, la más envidiable y la más pura». Germán Pardo García, también residente en Méjco desde hace 57 años, la considera la mayor poetisa de Colombia y una de las más ilustres de América.
En 1985, tras 25 años de silencio editorial, publica en Méjico el libro Viaje a Jerusalén, donde narra los recuerdos de su peregrinación en pos de la huella de Cristo. Estas memorias, que se convierten en anticipo de su creación mística y su estudio sobre la Biblia, separan las dos facetas de su labor literaria.
*
Carlos Eduardo Vargas Rubiano presidió, siendo gobernador de Boyacá, un acto cultural en la población de Soatá, la cuna natal de nuestra entrañable coterránea. Y allí, para honrar su figura epónima, anunció la publicación de su libro Actualidad de las Profecías Bíblicas por cuenta del departamento y en la serie que realiza la Academia Boyacense de Historia.
Esta es la novedad que llega al público, como mensaje luminoso, en esta tierra pródiga de escritores y poetas. Laura Victoria ha regresado. Ha vuelto con su verdad y su erudición. Aquí está ella, la romántica, la mística, la infatigable viajera por los países del mundo y por los caminos del aplauso, el corazón y la sangre. Cargada de recuerdos y vivencias y situada en la cumbre dorada donde los sueños son de nieve y el alma tiene vuelo imperecedero, regresa con su obra al terruño boyacense, a su tierra de moliendas y dátiles, a su patria soberana, para bañarse en ríos de eternidad.
Bogotá, enero de 1988.