Un motor de la cultura boyacense
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Pocos saben que Javier Ocampo López, profesor universitario, historiador y folclorista, es también músico. Es una faceta interesante que él divulga apenas entre amigos. Cualquiera diría que una personalidad de tan rigurosas disciplinas —presidente de la Academia Boyacense de Historia, investigador profundo del género histórico en Colombia y prolífico escritor— no tiene tiempo para la música. En privado y en grupo de amigos Javier cultiva el arte musical como una terapia para su intensa actividad intelectual y es entonces cuando aparece un personaje ignorado para la mayoría: el músico de Aguadas.
Hace 30 años, antes de ingresar a la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, pertenecía a la banda de Aguadas (Caldas), su tierra natal. Todas las semanas había retreta en la plaza del pueblo, romántico suceso que poco a poco ha venido extinguiéndose y que sólo se conserva en algunos sitios que no se resignan a dejar evaporar tan bella tradición.
Aquella semilla musical que le quedó viva en el alma a Javier Ocampo López, y que él se ha encargado de acrecentar en alegres veladas caseras, explica su temperamento jovial y generoso. Tiene el músico, en efecto, un sentido amplio de la vida y así se dispensa con alegría a sus semejantes. Quien practica la música tiene corazón grande.
Así se explica la vocación de servicio que hay en Ocampo López. Así se comprende el liderazgo que fue adquiriendo hasta convertirse en lo que es hoy: un motor de la cultura boyacense. Si he de emplear un símil, diría que él cayó parado en el departamento de Boyacá. No es fácil que un caldense, y sobre todo un músico resonante, se adapte a la vida tranquila de Tunja, ciudad de fríos y silencios, de rezos y monasterios.
Pero este paisa trotamundos, nacido para ser culto y ejercer liderazgo, entendió que Tunja era el lugar preciso para cumplir el llamado de su corazón. Se encontró con gente sencilla y bondadosa y poco a poco penetró en la simplicidad del boyacense. Compenetrado con el medio y con el hombre, ahí se quedó. Se hizo querer de la gente y terminó siendo un boyacense más.
Hoy Javier es el máximo conductor de la cultura regional. Le duele la tierra que le dio albergue y cariño. Por ella lucha, por ella trabaja todos los días, hacia ella están dirigidos casi todos sus libros. En las calles de Tunja se mueve como una abejita en constante producción. Allí ha realizado una obra extensa, que ya pasa de los treinta libros.
Obra valiosa, nacida de sus desvelos como sociólogo, historiador y folclorista de la raza boyacense. Es de los escritores que más han penetrado en la esencia de la región. Sus libros, acogidos por colegios y universidades, son textos necesarios para entender la evolución y la importancia de esta comarca rica en hechos históricos y en valores intrínsecos.
Su tesonera labor como divulgador de las calidades boyacenses lo señala como el más dinámico dirigente de Boyacá. Si la cultura es lo que queda, Javier Ocampo López ha sembrado la semilla de eternas cosechas. La cultura siempre estará por encima de la política mal ejercida. Cuando el pueblo se desculturiza, va camino del abismo y la disolución.
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El departamento reconoció, en buena hora, la vasta labor adelantada por este caldense emprendedor que le puso música y nervio a Boyacá. Y lo proclamó como hijo adoptivo de la tierra. Título de honor que, por lo bien ganado, estimula el esfuerzo y el mérito de larga y fecunda travesía.
El Espectador, Bogotá, 15-XII-1987.