Boyacá, la gran perdedora
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
En el curso de 16 meses Boyacá ha tenido tres gobernadores. Y en pocos días tendrá cuatro si no confirman al actual, que ejerce en calidad de interino mientras se encuentra la fórmula política para un departamento politiquero. Carlos Eduardo Vargas Rubiano, hijo epónimo de su tierra y en quien se cifraban grandes esperanzas, sólo permaneció en el cargo por espacio de cuatro meses. El ministro de Gobierno, cosa extraña, no lo dejó gobernar. No lo apoyó. Prefirió escuchar y atender otros argumentos de la política pequeña, de que es tan fértil el glorioso departamento.
La gente de Boyacá recibió con entusiasmo la llegada de Carlos Eduardo a la Gobernación. Sabía que en él hallaba una garantía para el adelanto material y espiritual de la comarca. Liberal independiente, pero sobre todo boyacense auténtico, se abría la posibilidad de un mandato progresista. En poco tiempo la opinión pública se hizo sentir con signos de apoyo y simpatía hacia la figura de uno de los promotores más batalladores de la región.
Cuando surgieron los primeros nubarrones políticos, como consecuencia de un acto de carácter de quien se proponía ejercer el cargo con altura y dignidad, la Asamblea Departamental apoyó en forma vigorosa a Vargas Rubiano.
El concepto de adhesión de todos los círculos ciudadanos y de la mayoría de los políticos no se hizo esperar. Boyacá, a través de sus estamentos más representativos, respaldaba a su gobernante. Pero éste no podía gobernar. Le faltaba apoyo por lo alto. El clientelismo, una vez más, ha demostrado en este caso que es más fácil sostenerse con el apoyo de los caciques que con la lógica.
Algún día tendremos que llegar a la elección popular de los gobernadores. Será entonces cuando el pueblo ejerza su verdadero mandato. Boyacá, por lo pronto, ha quedado burlada en la expresión de su voluntad. Para darle gusto al sectarismo se ha sacrificado a un hombre de bien. Que hubiera podido sacar del atraso a esta región deprimida.
Pero Carlos Eduardo Vargas Rubiano sentó cátedra con su carácter. Su carta de renuncia es una lección política. No se doblegó ante la presión indebida. No podía entregarse a los menesteres de la intriga quien siempre ha practicado normas de decencia y categoría moral. Después de su retiro, el departamento deplora estos atropellos de la mal llamada democracia colombiana. Y la Asamblea en pleno vuelve a levantar su voz de protesta ante el Gobierno central.
Esta lección es, además, para todo el país. Fue un hijo ilustre de Boyacá, el general Rafael Reyes, quien hace 80 años, acosado por las tramoyas y los apetitos de los gamonales y los burócratas de la época —que en nada se diferencia en la actual—, pronunció su histórica frase: «Menos política y más administración». Se deshizo entonces de las ataduras que querían mantenerlo inerte en el sillón presidencial e hizo uno de los gobiernos más afirmativos que haya tenido Colombia.
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Lástima grande que sea Boyacá la perdedora. Vuelve el departamento al lugar común de los enredos y los retrocesos. Es una parcela postrada en lo económico, abandonada en sus carreteras, desesperada por la falta de empleo, sin industrias motoras, desesperanzada y errátil. Parece una partícula a la deriva. Las millonarias demandas laborales, consecuencia de cada remezón gubernamental, mantienen frenada la vida administrativa.
Y la herida sigue sangrando.
El Espectador, Bogotá, 1-XII-1987.