Boyacá ingobernable
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Cuando Carlos Eduardo Vargas Rubiano fue nombrado gobernador, hubo general complacencia y se creyó que Boyacá lograría, al fin, una sólida administración. Ha sido tal vez el departamento más castigado en los últimos tiempos por el sectarismo de ciertos políticos empeñados en no dejar gobernar y que registra, como resultado de estas interferencias, lamentable retroceso. Carlosé no ha sido la excepción dentro de la guerra sistemática, y por eso mismo absurda, con que los políticos extremistas se oponen, incluso antes de posesionarse el mandatario, a las mejores intenciones.
Es curioso observar cómo en Boyacá se forma un diluvio en un vaso de agua. Allí, donde debieran unirse todos para hacer prosperar la tierra urgida de soluciones, se pelean, con ánimo encarnizado, por una alcaldía o un puesto secundario. Como el reparto de la nómina no alcanza para tantas ambiciones, el gobernador debe hacer milagros. Y como ni siquiera éstos son suficientes para aplacar la voracidad burocrática, lo mejor es irse contra la administración, a como dé lugar. Ya vimos cómo la dama intransigente de Sogamoso, a quien no le nombraron un alcalde suyo para su pueblo, anunció que su programa inmediato, o sea, su propósito fulminante, era buscar la caída de su copartidario.
Semejantes despropósitos mantienen paralizada la comarca. El gobernador, que debiera comprometer todo su tiempo y todas sus energías en obras de verdadero desarrollo, se mantiene toreando políticos. Sus paisanos no le permiten hacer contactos por lo alto y no le perdonan que no los ingrese a todos a la burocracia. Al pobre apenas lo dejan respirar en la fatigosa e improductiva faena de producir nombramientos, cada semana y todos los días, en una especie de acrobacia que complazca hasta las más inconfesables apetencias; nombramientos que es preciso rectificar a cada rato, ya que la nómina será siempre defectuosa.
Todo el problema en Boyacá, si bien se mira, se reduce a un puesto en la burocracia. Y hay algo insólito: los mayores enemigos de Boyacá son los boyacenses. Son ellos —acaudillados por los políticos inconformes de siempre, unas veces de un partido y otras del contrario— quienes frenan el adelanto regional.
Pero se quejan, como paradoja, del abandono en que los mantiene el Gobierno central. Y se olvidan de que el atraso es producto de la incomprensión y la falta de engranaje local para que los problemas se debatan y obtengan soluciones con el vigor y la altura que son necesarios para una acción positiva.
Resulta deplorable que por estas obstrucciones y falta de colaboración se sacrifiquen las capacidades y la buena voluntad de un personaje de la talla de Carlos Eduardo Vargas Rubiano. Muchos departamentos quisieran contar con ese privilegio. Y Boyacá lo desaprovecha.
Es todo un señor de empresa y dinamismo. Gran conocedor de su tierra y entusiasta propagandista de sus valores. Liberal independiente y boyacense íntegro. Su vida privada, enmarcada en sólidos principios éticos y autora de brillantes realizaciones, es la mejor garantía para el servicio público. A todo esto se une su gran capacidad de relaciones públicas, uno de los resortes fundamentales en la vida moderna.
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Pero, a pesar de tantos atributos, no lo quieren dejar gobernar. Parece que no se deseara el desarrollo de Boyacá. Las gentes sensatas, sin embargo, que son la inmensa mayoría de este territorio con mala suerte, rodean a su ilustre mandatario y rechazan las agresiones de que ha sido víctima. La Asamblea Departamental le ha expresado su respaldo y ha condenado los atropellos. Nada tan deseable, entonces, como que al fin le llegue su hora de progreso a la noble y sufrida comarca.
- El Espectador, Bogotá, 18-IX-1987.