La demonia
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Con este título, que acaba de salir al mercado con el sello de Plaza y Janés, Fernando Soto Aparicio se aproxima a los 30 libros, entre novela, cuento y poesía. Es su novela número 17 y esto ratifica que se trata de uno de los escritores más prolíficos del país. La palabra, que ha sido su ejercicio cotidiano a lo largo de una vida de intensa compenetración espiritual, es también su mayor obsesión.
No concibe el universo sin el imperio de la palabra y tampoco acepta que ésta, dentro de los modernos medios de comunicación donde el hombre ya no habla sino que balbuce, se esté ahogando víctima de los sofocos de una era frenética.
Desde su permanencia en Francia por espacio de tres años como agregado cultural de nuestra embajada, Soto Aparicio ha roto, primero con La cuerda loca y ahora con La demonia, sus moldes tradicionales de escritura. De París ha regresado un nuevo escritor, intérprete de un mundo convulsionado y en peligrosa metamorfosis.
La demonia es uno de esos libros desbaratados, aparentemente, donde el autor se propone, utilizando una nueva técnica narrativa, pintar el tiempo actual lleno de locuras, de excentricidades, de sexo, de violencia, de pasiones… Entre irreverencias, sarcasmos y exageraciones califica lo insólito del hombre contemporáneo que, presa de la frustración y el desacomodo en el medio ambiente que él mismo se ha fabricado, maldice su lenta destrucción. Es la biografía de un clima de arrebatos y orgasmos, unos carnales y otros sociales, que dan al traste con la proyección del individuo como hombre racional.
Soto Aparicio dibuja en su nueva creación la perspectiva del mundo manejado a la loca, a la diabla, que lo mismo puede ser el deslumbrante que acaba de dejar en Francia, saboreado entre champañas y finas poses diplomáticas, que este nuestro del atropello y la insensatez. Un mundo desenfrenado entre orgías, sexo, droga, afán de riquezas y toda suerte de libertinajes.
Monta a sus personajes en el tren de la aventura humana y los deja a merced de sus propios instintos, en pretendida búsqueda de un paraíso inexistente. El mismo novelista, valiéndose de sus trucos y sus recursos literarios, viaja en estos vagones presurosos y deja volar su imaginación por regiones delirantes, más allá de los límites de la mesura y menos cerca del edén que Adán Alfaro, comandante de una excursión de ilusos, intenta descubrir.
Todo se busca y se encuentra: la mujer sensual, el sexo a la moda, los países de la abundancia, las palancas del poder, los horizontes de fantasía… La demonia, viajera inseparable de cualquier grupo humano, que lo mismo es tentación que pecado, da de sí cuanto tiene pero tampoco sacia al hombre.
En La demonia logra Fernando Soto Aparicio, aparte de un retrato cabal de la época, nuevas expresiones del lenguaje. Descubre que la palabra, existente desde todos los tiempos y que estaba en el principio con Dios, se ha convertido en la mayor incomunicación actual. El hombre ha degradado, ha prostituido la palabra. Por eso, el mundo se ha deshumanizado y el hombre se ha hundido en abismos de soledad.
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En esta novela se aprecia la gran variedad de lecturas que ha tenido el autor al plasmar una descripción rica en ideas, vocablos e imágenes. Y se comprueba, una vez más, que el hombre sigue siendo el rey de toda la creación de este novelista inacabable.
El Espectador, Bogotá, 6-VII-1987.