Derecho a morir dignamente
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
La persona moribunda necesita morir como la persona somnolienta necesita dormir, y llegará el momento cuando es inútil y erróneo tratar de resistir. Stewart Alsop
En 1979 doña Beatriz Kopp de Gómez fundó en Colombia, asesorada por un respetable grupo de sacerdotes, juristas y médicos, la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente, entidad sin ánimo de lucro que busca crear la conciencia de la muerte digna y evitar la prolongación inútil de la vida y el sufrimiento innecesario del paciente. Este propósito, que el asociado expresa libremente y en completo estado de lucidez mediante un documento firmado ante testigos, será obedecido, llegado el caso, por familiares, médicos, abogados y clínicas.
En dicho documento, que recibe el título de «Esta es mi voluntad», la persona manifiesta:
«No temo a la muerte por sí misma, pero sí temo a las miserias de la enfermedad, de la dependencia y del dolor sin esperanza. Temo también a abusar involuntariamente del amor, de la paciencia y de la abnegación de mis familiares y amigos. Si se presentare una situación en que no hay esperanza razonable de recuperación de enfermedad física o mental, pido que no se mantenga mi vida por medios artificiales o por ‘medidas heroicas’, y que se me administre piadosamente toda medicación o recursos necesarios para aliviar mis sufrimientos».
Es actitud decorosa frente a cualquier enfermedad crítica o terminal, cuando el paciente, que ya no tiene esperanzas de sobrevivir, se acoge a esta fórmula humana. Alargar la vida en tales condiciones, aparte de los gastos por lo general onerosos que esto significa, crea un calvario para el enfermo y sus familiares y amigos.
Cosa muy distinta es la eutanasia, que aunque también procura la muerte sin dolor, suprime la vida por sistemas científicos. En el caso que se comenta, que no riñe ni con la ética médica ni con la ética eclesiástica, la persona se anticipa a rechazar los recursos artificiales o las llamadas drogas heroicas para una enfermedad incurable.
Me contaba un sacerdote la situación de una familia pobre que había tenido que salir de su casa de habitación y endeudarse más allá de sus posibilidades, en el intento de recuperar la salud del jefe del hogar, condenado a una enfermedad definitiva que, aunque calmada por días, tuvo su desenlace dos años después, cuando ya todos habían quedado en la miseria y habían tenido que padecer los rigores de la lenta agonía.
Loable labor la adelantada por la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente (Apartado N° 89314, Bogotá), que cada vez penetra más en el interés de los colombianos convencidos de la que debe ser realidad amable de la muerte. Es preciso desterrar tabúes y evitar sobresaltos.
El Espectador, Bogotá, 19-IV-1987.