El siglo que se inicia
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
El Espectador cumple este año 100 años
de fundado, lo que constituye una elocuente
demostración de nuestra fe incancelable
en Colombia. Miremos hacia el porvenir con
optimismo, sin olvidar el pasado que es
legado y patrimonio de todos. Guillermo Cano.
Cuando recibí esta tarjeta con la que el periódico invita a la misa de celebración de su primer centenario, me sentí sobrecogido. Fue como si escuchara, salida de las profundidades del vil asesinato que retumbará en las incógnitas del nuevo siglo, la voz serena y patriótica de quien, sacrificado en aras de la dignidad y la razón, prolonga su fe en Colombia más allá de las balas asesinas.
Se nos fue el capitán, pero nos queda su palabra. Con su palabra vehemente condenó los atropellos para defender al hombre y con su palabra humana y justiciera ensalzó todo cuanto merecía ser ensalzado.
El Espectador cierra con la muerte de don Guillermo Cano un siglo de epopeyas. Por eso es una muerte admirable. Pocos periódicos en el mundo acumulan tanta grandeza, lucha y heroísmo. Hoy se aglutinan en esta efemérides, como en una sola guarnición, cuatro generaciones de Canos que entendieron el servicio a la patria como el supremo ideal de sus conciencias diáfanas.
Los Canos han llenado un siglo de historia colombiana. Hombres de carácter, de combate y honor, han sido inmejorables guías de esta nación que entre desvíos, debilidades y esperanzas se ha mantenido en la cuerda floja de una crisis permanente.
El suelo colombiano llora desolado. Nos movemos en medio de zozobras inenarrables. Nunca se había conocido tanta corrupción ni se había soportado tanto menosprecio por el hombre. El sentido de la vida está pisoteado. El narcotráfico, convertido en el peor lastre de esta época turbulenta, corrompe cuanto toca y pretende desvertebrar al Estado para imponer sus leyes abominables.
En medio de esta profunda disolución, donde son pocas las voces sensatas que se escuchan y muchos los miedos que dominan el ambiente, cayó el hombre recto, el más valiente de los periodistas, defendiendo la verdad. Y antes de caer insistía en que no era momento de titubear sino de avanzar.
Con él no ha terminado su raza batalladora. Es apenas el inicio de otras arremetidas. Si se quiere, con su muerte brotan nuevos estímulos para responder con mayor ahínco al reto de la barbarie.
El Espectador, que ha dejado de ser una época para convertirse en una estructura nacional, sobrevivirá en el nuevo centenario por encima de las fuerzas disociadoras. Este periódico, que hace cien años se presentó al público en débil hoja parroquial, es hoy nervio del mejor periodismo. Se hizo fuerte en medio de los dolores. Ya nada podrá detenerlo. Bañado como ha quedado con sangre de mártir, ahora fructificará con nuevas savias. Su coraza es indestructible.
*
Con sangre joven surgen vigorosos augurios para recibir el porvenir. El futuro es de optimismo, como lo pide el capitán caído. Las causas nobles tienen siempre su propia historia por escribir. Atrás quedan cien años de elocuentes realizaciones, donde Colombia es la ganadora y los violentos, los perdedores. Cien años de combates heroicos que muestran la lección de las buenas siembras.
De la adversidad nace el valor para sobrevivir. No hay lucha estéril, ni mártir inútil. Que sean ustedes, los viejos y los jóvenes que en saludable fusión de experiencia y vitalidad abren el calendario del nuevo siglo, los desafiantes galeotes que empujen la nave para ponerla en el rumbo certero de otra epopeya. Vayan con Dios.
El Espectador, Bogotá, 19-III-1987.