El abandono de Boyacá
Por: Gustavo Páez Escobar
Armando Solano, gran cantor de Boyacá, destacó en sus escritos la melancolía de la raza indígena. Supo mezclar la pesadumbre del boyacense con la belleza y el sosiego del paisaje. Refundidos ambos ingredientes, diríamos que el estado apacible del boyacense, que es consecuencia del propio ambiente tranquilo y soñador, crea una atmósfera de resignación y conformismo que tal vez sea buena para el sopor de la conciencia pero no para el progreso regional.
Esto explica que el boyacense sea dócil para admitir el lento despertar de su terruño; para tolerar que el adelanto de los caminos y las carreteras, decisivo para crear riqueza, se mueva aquí a paso de tortuga; para conformarse con el crecimiento vegetativo de la agricultura, sin presionar los medios técnicos de la producción; para vivir ausente de los adelantos de la industria; y en fin, para salir de elección en elección a votar por los mismos caciques improductivos, sin esforzarse por buscar opciones audaces.
Hay un ejemplo típico que demuestra hasta qué grado el alto gobierno de la nación mantiene en olvido a Boyacá. Es el de la carretera central del norte, tan parsimoniosa como si se tratara de una obra eterna. Siendo una de las vías más importantes del país, llamada a desembotellar y hacer surgir del abandono grandes regiones de valioso porvenir agrícola, ha gastado ochenta años para llegar pavimentada hasta adelante de Belén, desde que el general Reyes la impulsó en su gobierno, cuando su destino final es la ciudad de Cúcuta. El tramo ejecutado acusa hoy deterioro por falta de mantenimiento. Al paso que lleva, necesitaría un siglo más para romper esta muralla de letargo y mansedumbre.
Hoy brillan en el país, por su ausencia, las figuras de egregios boyacenses que deberían ocupar posiciones claves en la alta administración nacional. El boyacense se ha distinguido siempre por sus dotes intelectuales y políticas, por su probidad y destreza, por su inteligencia y sagacidad.
El departamento ha dado, con elocuente superioridad, presidentes, magistrados, políticos, sacerdotes, educadores, escritores, poetas, artistas… Ha estado presente en los momentos decisivos de la nacionalidad. Le enseña al país a ser honrado y virtuoso. Pero se le margina cuando se trata de repartir puestos de mando. Se acude a sus votos cuando se necesitan elecciones caudalosas, pero se olvidan sus apremios cuando se silencian las urnas.
Boyacá debe reaccionar. Es preciso que sus dirigentes se hagan sentir con mayor tono en el concierto de la nación. Que se monten industrias pesadas, se impulsen las carreteras, se acometan obras de verdadero desarrollo. Para eso se requiere mayor conciencia cívica, más ímpetu y menos resignación.
Hay que mirar hacia las grandes soluciones, prescindiendo de los menudos afanes egoístas. Y dejar de lado la pereza y la pasividad. Sólo así Boyacá conseguirá el liderazgo que le corresponde en esta hora de acción y desafío.
Carta Conservadora, Tunja, 30-X-1986.