Salud y seguridad social
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Varios dirigentes cívicos de Armenia —César Hoyos Salazar, Alberto Gómez Ceballos, Alfonso de la Cruz, Janil Avendaño y Alfonso Cardona—, que se preocupan por los asuntos nacionales, estudian, alrededor de la Sociedad Económica de Amigos del País, los problemas de la seguridad social.
Es conocido el general estado de deterioro administrativo y crisis económica a que han llegado las entidades encargadas de proteger a los trabajadores: el Instituto de Seguros Sociales, cuyo improvidente manejo financiero obligó en fecha reciente al reajuste de los aportes obrero-patronales y registra considerable déficit de reservas; el Fondo Nacional de Ahorro, sumido en tremenda confusión; la Caja Nacional de Previsión y sus homólogas de carácter departamental y municipal, dominadas por la politiquería y los manejos inescrupulosos.
El grupo de Armenia le abre campo a un proyecto de ley que busca la creación de lo que ellos denominan Banco de la Seguridad Social, que sustituiría y agruparía en un solo organismo las dependencias nombradas. Se alimentaría con los aportes obrero-patronales y los recursos del presupuesto público y tendría las funciones de un banco de captación y crédito para administrar sus propios fondos en beneficio de los afiliados.
Aparte de seguir prestando los mismos servicios actuales, pero con mayor eficiencia y mejores sistemas de control, financiaría vivienda y establecería una fiducia para hacer rentable un fondo que proteja la época de la vejez. Y contaría con fondos especiales de redescuento en el Banco de la República destinados a reforzar la infraestructura de la salud.
El nuevo molde, así esbozado en términos generales, se muestra interesante. Pero habría que meditar en el riesgo que representa involucrarle al campo de la protección social el azar de un ente financiero de tan difícil manejo. No creo que esto sea conveniente y por el contrario me parece peligroso.
Es aventurado atender dos especializaciones. Desmontar una empresa para montar otra es tarea compleja y a veces contraproducente. Y más complicado aún es fusionar instituciones en bancarrota, que han de arrastrar sus propios descalabros.
Pero la idea de los amigos de Armenia, que se halla en plan de maduración, lleva implícita una inquietud que merece estudiarse más a fondo. Hay que someterla a nuevos debates y nuevas purgas para que la estructura que se propone resulte lo suficientemente sólida.
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Y ya que tocamos al Instituto de Seguros Sociales, señalemos al vuelo algunas de sus principales fallas. Los usuarios se quejan de indiferencia en el trato por parte de médicos y enfermeras, lo que no favorece la disposición del paciente para la cura que busca. La consulta médica se ejecuta de afán y sin el necesario análisis. En esta congestión de masas, que ocurre sobre todo en la capital del país, no puede ejercerse una medicina mínima.
En Bogotá las citas diarias se dan sólo por espacio de una hora, y para que la persona logre asegurar sitio en las inmensas colas que se forman, y que se cortan con rigor impresionante, debe madrugar a las cinco de la mañana. ¿Por qué no se amplía el servicio a otras horas del día? Cuando se prescribe un especialista, hay que esperar 30 días. Así vistas las cosas, es prohibido enfermarse.
Las drogas se escasean de continuo, y las fórmulas resulta pagándolas el usuario en una droguería particular. Otro problema es el de las incapacidades hasta de tres días (o sea, las que no tienen costo para el Seguro pero sí para la empresa), que se dan en forma sistemática, como por salir del paso, con serio estímulo para la holgazanería nacional y la indisciplina laboral. Y cuando se acentúa la severidad, a nadie se incapacita aunque lo necesite. Esta falta de criterio es inexplicable.
La medicina preventiva, que debiera ser una de las principales inquietudes del Estado, no existe. El paciente, convertido en un simple número de afiliación, se mantiene aislado de su médico (el otrora médico de familia) en este enredo de las colas y las apatías institucionales. Estos son algunos de los lunares que afean el rostro de la medicina social. Bien está, entonces, que se agite el tema para hallar soluciones.
El Espectador, Bogotá, 29-V-1986.