La cuerda loca
Salpicón
Por: Gustavo Páez Escobar
Es un libro irrespetuoso pero necesario, me dice Fernando Soto Aparicio al entregarme su última novela, La cuerda loca, que acaba de publicarle Plaza y Janés. El éxito de la obra se mide en el hecho de que, a los tres meses de salida al público, se halla en preparación la segunda edición.
No sé cuántos sean los libros de Soto Aparicio en novela, cuento y poesía, pero creo que se aproximan a los treinta. Entre ellos, unas veinte novelas, su género más cultivado. Es de los escritores más prolíficos del país. Cuando la editorial le está sacando una novela, ya ha comenzado a escribir la siguiente.
Hay críticos que suelen disminuirle méritos por la extensión de su obra. Dicen que así se desperdiga el autor. Y tratan de rebajarlo por su dedicación a los guiones de televisión. Se olvidan, sobre esto último, de que es el único escritor colombiano que con perseverancia y profesionalismo ha afianzado la cultura de masas a través de la telenovela. En esto es un innovador. Sobre el volumen de su producción, que los envidiosos no quieren perdonarle, pero por ser valiosa, es preciso anotar que ha demostrado el derecho a permanecer en la literatura colombiana. En la latinoamericana, para ser más exactos.
Si por extenso se fuera menos escritor, Balzac no sería famoso por las 97 novelas de La comedia humana. En ellas el escritor francés, dotado de portentosa imaginación y gran sentido crítico, logró el retrato perfecto de la sociedad de su tiempo. Soto Aparicio, otro atento observador de la humanidad, ha hecho de su literatura un filón de denuncia social. Esa temática, constante desde sus dos primeras novelas (que escribió cuando apenas tenía diez años de edad y más tarde destruyó), constituye el nervio medular de toda su producción.
Con el afán de desentrañar el misterio del hombre ha escrito sus mejores libros, entre los que pueden mencionarse La rebelión de las ratas, traducido a varios idiomas y con más de treinta ediciones en el país; Los bienaventurados, Premio Nova Navis en España; Viaje a la claridad, también premiado en España; Viva el ejército, premiado por Casa de las Américas en La Habana; Los funerales de América; Proceso a un ángel; Puerto Silencio; Hermano Hombre… En fin, es difícil fijar preferencias en una obra selecta.
Beatriz Espinosa Ramírez, licenciada en filosofía y especializada en la problemática americana, duró cuatro años investigando a los escritores más importantes del continente y descubrió que nuestro novelista es el que más identifica al hombre latinoamericano. «Si Fernando Soto Aparicio hubiera escrito desde Europa tendría el reconocimiento universal que la crítica ha conferido a Morris West», es precisión que hace ella luego de este examen exhaustivo.
Ahora, tras su permanencia por tres años como agregado cultural de la embajada colombiana en París, Soto Aparicio nos entrega La cuerda loca, el “libro irrespetuoso e irreverente” que de inmediato ha conquistado el interés del público colombiano y que ya va en camino al exterior.
En él pinta un mundo en conflicto que se mueve al borde de la guerra y que juega con átomos e hidrógenos como si se tratara de una diversión de niños. Centrados los personajes en París, éstos tienen a punto de explotar el planeta entre torpezas, frivolidades y odios ancestrales.
Mundillo diplomático pintado con gracia e ironía, donde entre champañas, mujeres bonitas y sexo generoso se debate la mentira de la paz con el dedo puesto en la palanca de la guerra.
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Soto Aparicio supo aprovechar su experiencia diplomática. Regresó con otra dimensión. Y para decir verdades tuvo que ser atrevido. Entendió las falacias que se tejen en los dorados salones de la alta burguesía y se vino disparado a lanzar otra protesta social. Desde niño —y él dice que no conoció la niñez debido a su precocidad literaria— ya saboreaba a los escritores franceses, sus maestros de siempre. Se fue a París a husmear sus rastros. Vive enamorado de la palabra. Es su razón de ser. «Por la palabra —dice— he entendido personas, injusticias, llamadas de auxilio, convulsiones sociales y plegarias”.
El Espectador, Bogotá, 18-III-1986.